Al concluir la junta de accionistas de Azul Azul, la concesionaria que administra Universidad de Chile, su reelegido presidente, Michael Clark, mostró su satisfacción por la tarea desde la llegada de Sartor como principal controlador. El dirigente habló de una refundación de la U, aunque dijo que lo hacía con modestia. Olvidaba que, a su arribo, en concomitancia con Cristián Aubert, generó un clima desestabilizador que llevó al club a salvarse del descenso en los descuentos de su último partido de la temporada 2021. El año pasado los refundadores tampoco dieron pie con bola y el equipo permaneció en Primera División de milagro, con 30 puntos.
Hoy la campaña es buena después de que Clark y sus amigos en las sombras dejaran de descubrir la pólvora y fueron por un entrenador probado y serio. Mauricio Pellegrino, a partir de su impronta y presencia, armó un plantel cuya virtud es conocer sus potencialidades, pero ante todo sus defectos. La cancha, en definitiva, es la que otorga la estabilidad. Lo demás es música. Por eso, cuando Clark habla de refundación solo desnuda soberbia. El equilibrio financiero se establece a partir de un bono, que ordena la deuda, pero que en definitiva es deuda. Quizás da oxígeno para capitalizar y hacer un negocio posterior, porque si algo nos queda claro bajo esta administración es que todo se hace lejos de los hinchas y los accionistas que no forman parte del grupo mayoritario. Si hasta a la rectoría de la universidad quisieron gambetear.
Los discursos altisonantes se escuchan con frecuencia en nuestro medio. Los vivimos en la etapa de Colo Colo 91, con posterioridad al bicampeonato de la U en 1994 y 1995, y también en 2011-12, cuando la gloria embriagaba los discursos en Azul Azul.
Un caso distinto es el de Audax Italiano, cuyo presidente Gonzalo Cilley, al tomar posesión del tradicional cuadro itálico, anunció que el objetivo era transformarse en el cuarto grande. Al asumir en el club, el directivo argentino tuvo una ronda con distintos medios de comunicación. En todos negó alguna relación con los hermanos Pini, propietarios de Unión La Calera, manejadores a control remoto de San Luis de Quillota. Confieso que hice fe de sus palabras, sobre todo después de una reunión en un hotel de Santiago. De buena labia, creo que, si me ofrecía el cerro San Cristóbal o el Santa Lucía, dudaba... A las pocas semanas tuve acceso a información en la que Cilley anunciaba que las decisiones técnicas se tenían que conversar con Ricardo Pini, el dueño de La Calera. Impresentable. Las contrataciones posteriores establecieron que los jugadores foráneos venían todos de la escudería de Cristian Bragarnik. Esta temporada trajeron un entrenador con escaso recorrido —Manuel Fernández— que ante los malos resultados fue cesado y reemplazado por otro integrante del staff: Lucas Marcogiuseppe, quien se estrenó en La Calera, donde no hizo huesos viejos por la opaca campaña.
Así estamos. Los que aparecen en este medio creen que siempre nos pueden vender buzones. Francis Cagigao es otro que hablaba de la refundación, desde lo inédito. Como si todo el camino que se recorrió en el fútbol joven desde los 90, con la clasificación a cuatro mundiales Sub 17, cinco Sub 20 y un Juego Olímpico, fuera una ficción.