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Cartas
Sábado 29 de abril de 2023
Jaime Orpis
Señor Director:
Sentí desazón al enterarme de que la justicia de mi país le había negado a Jaime Orpis la libertad condicional, a pesar de haber cumplido la pena mínima necesaria con intachable conducta. ¿Por qué?, me pregunté, intuyendo el profundo dolor y el sentimiento de impotencia de él y su familia. No quiero pensar que en nuestro país ya estamos con tanto odio en el corazón, que lo único que prima son las razones ideológicas.
Me tocó conocer a Jaime al investigar sobre la adopción y como profesora de escritura terapéutica en la Corporación Esperanza que él creó con su mujer, Ana Luisa, para ayudar a rehabilitar a víctimas de la drogadicción. Es difícil explicarlo, pero tuve la convicción de que estaba en presencia de un hombre bueno. Un hombre “importante”, con altos cargos públicos, que no se creía el cuento. Un hombre sencillo, que era capaz de compartir la mesa y escuchar con atención a los muchachos que habían caído en el abismo de la droga, sin pensar primero en sus propias urgencias o necesidades. Un hombre que no conocía la arrogancia y podía brindar un abrazo y cariño a los más desvalidos.
“La cárcel es mi libertad”, dijo Jaime alguna vez. ¿Quién más de nuestros políticos ha sido capaz de reconocer que se equivocó, que metió la pata, que se dejó llevar por un sistema donde la política se financiaba de formas oscuras? De lado y lado, todos lo sabemos.
“Presenta actitud y orientación procriminal”, leí en el diario sobre un supuesto informe psicológico que se le habría realizado. En fallo dividido, los jueces estimaron que existiría “riesgo de reincidencia en cohecho” cuando —¡no podía creerlo!— tiene la prohibición de ejercer cargos públicos. ¿Quiénes son estos jueces o psicólogos con autoridad para exigirle que reconozca algo que él tiene la certeza de no haber cometido?
No quiero hacer comparaciones ni entrar en el debate político o legal porque no estoy capacitada. Pero no puedo dejar de rebelarme frente a la injusticia, el ensañamiento y el odio que anida en los corazones de las personas cuando se dejan llevar por el sectarismo ideológico.
Consuelo Larraín Arroyo