La selección Sub 17, hace un par de semanas, anduvo por un vergel de sueños, ilusiones y esperanzas.
Ahora, en cambio, por un páramo de realidad, desilusión y desesperanza.
Pasó en quince días y después de un hexagonal, y lo que era evolución y convicción, se transformó en involución e inseguridad.
Todo vuelve a la luz y sombra, mal y bien, negro y blanco. A un mundo falso, primitivo y rudimentario.
Mejor regresar a los 17, según dice la canción.
Y que los técnicos y profesores hagan memoria y regresen a lo que sabían en ese entonces, cuando andaban con ninguna sabiduría y frágiles como lágrima; cuando venían de la cantera, los llamaban cadetes y militaban en las inferiores; cuando eran cabros de 17.
A los que hoy son maestros se les debería preguntar: ¿qué les pasaron en esa época, cuáles eran las mallas y los ramos, en ese tiempo, cuando rondaban los 17 años?
¿Les enseñaron que fue culpa de un penal que no se cobró? Y esa marca los describe y ese estigma los define. Eso sería. ¿O les dijeron que la culpa fue del penal inexistente que sí se cobró?
O que el resultado pasó por un mal árbitro de nacionalidad boliviana, uruguaya, colombiana, peruana, argentina, brasileña, ecuatoriana, venezolana, mexicana, etcétera. Paraguaya también.
Que con esa lluvia y cancha no se debería jugar.
Y que ocho partidos en tres semanas y media es simplemente inhumano.
Les enseñaron las variantes de la altura, calor húmedo, alojamiento, alimentación, ruido nocturno, mosquitos. Infraestructura, en general, y en particular lo lejos que quedaba el hotel de las canchas de entrenamiento.
Que efectivamente ciertos jugadores de otras selecciones no parecían tener 17 años, en absoluto, más bien se veían de 19 o 20, claramente mayores. Esto que pasa en América del Sur no se compara con los países africanos, donde es peor. Hay países serios, como Chile. Y otros que no son serios. No hay alternativa. ¿Es injusto? Claro que sí. Y por eso pasa lo que pasa en una Sub 17 o en una Sub 20. En fin.
Cuántas veces la maldita pregunta: “¿Por qué siempre nos pasa a nosotros?”. El gol a última hora, la distracción fatal, el fallo arbitral, el maratonista que se perdió, el pisotón al campeón, la mano que no fue, el gol fantasma, el foul al arquero y la suerte que pegó en el palo en el instante final.
¿Qué se les puede pedir a los que hoy son técnicos y maestros?
Que no les enseñen a los de 17 lo que a ellos les enseñaron.
Que cambien la malla, la memoria y el programa. No más desgracias ni culpas, para sentirse perjudicado, perseguido y quizás maldito. Así que no transmitan la mala educación, por tanto autocrítica y desprecio al lugar común. Y que saquen a los jóvenes de la luz o la sombra, y que siempre los rescaten, tanto del triunfo como de la derrota. Dos impostores, según escribió el poeta.