Argentina está al borde del colapso. Ayer Alberto Fernández anunció que no iría a la reelección (era que no… no tenía ninguna opción), mientras el dólar sube y sube anticipando que la tormenta está al borde de la esquina. Cien por ciento de inflación y casi 50% de pobreza dan cuenta de la tragedia actual.
Décadas de políticas peronistas, proteccionismo, corrupción, populismo y clientelismo no han sido inocuas. La lluvia ha sido constante, pero lo que viene ahora puede ser traumático.
Paradójicamente, muchas de las ideas llevadas a cabo en Argentina han sido impulsadas en Chile por un sector de la izquierda. Y se siguen impulsando. Porque nadie podrá considerar a Argentina como un exponente de los males del “neoliberalismo”, como nos recordó hace pocos días el diputado Diego Ibáñez.
Un país que hace 100 años tenía un PIB per cápita equivalente al de Estados Unidos está arruinado, fruto de sus propias políticas no liberales.
“Vivimos revolca'os en un merengue, Y, en el mismo lodo, todos manosea'os”, nos recordaba Santos Discépolo en su tango Cambalache.
Tal vez la mejor forma de ejemplificar el drama argentino es recordar aquella frase de Evita: “Donde existe una necesidad, nace un derecho”. Una política “solidaria” que ha llevado a Argentina, sin embargo, al despeñadero.
La fantasía del “Estado social de derecho”, grabada a fuego en el fracasado proyecto constitucional, pero que hoy forma parte de los 12 puntos de la nueva Constitución, sigue ese mismo camino (a menos que quede solo como una simple aspiración). Porque es imposible cumplir con todas las necesidades, salvo que se eche a andar la máquina de billetes (cuyos resultados se conocen bien).
Hay otras políticas argentinas miradas con ojos largos desde acá. El sindicalismo llega a cerca del 40%, la más alta tasa del continente. Y con amplio poder de negociaciones ramales. Y nuevamente es la máxima aspiración de un sector de la izquierda chilena. Recientemente la ministra Jara refrendó ambos puntos. Pues bien, el excesivo poder de los sindicatos ha sido otro factor de ruina del país. Líderes millonarios, que extorsionan a los gobiernos y a las empresas, han atado de manos el desarrollo.
La industrialización es otro fetiche local. La aspiración de los sectores que buscan abandonar “el extractivismo”. Algo de eso está en los anuncios del jueves del Presidente Boric sobre el litio. Y en Argentina hace décadas que han seguido esa receta, con resultados desastrosos. Al otro lado de la cordillera, por ejemplo, se producen teléfonos móviles y autos. Orgullo nacional que no es más que un desastre. Caros y malos.
Relacionado con la industrialización está el proteccionismo. Las viejas políticas mercantilistas denunciadas por Adam Smith en el siglo XVIII, siguen adelante en el país trasandino. Tratar de eliminar las importaciones y sustituirlas por industria local lleva cuatrocientos años de fracaso en el mundo, pero todavía no se enteran. Y los movimientos locales anti-TLCs —cuyo exponente icónico era el exsubsecretario Ahumada— levantan la misma bandera.
Pero hay más: los controles de precios. Setenta años tratando de fijar precios. Pues bien, hay registros desde los sumerios, hace 4 mil años, de que ello no funciona. Y no ha funcionado nunca. En Chile, sin embargo, hay un proyecto de ley impulsado por un grupo de diputados para que el Banco Central pueda fijar los precios de los productos básicos como el aceite o el pan…
Para el final la inflación. Tal vez lo que mejor ha resistido la embestida en Chile de los “antineoliberales” es el Banco Central autónomo. En Argentina, en cambio, la máquina gubernamental de hacer billetes ya no da abasto. Tanto que acaban de anunciar que comprarán billetes en Francia, Malta y Brasil.
Es momento de tener todos los ojos puestos en Argentina.
Primero, para lamentar el estado actual.
Segundo, para que quienes siguen levantando las banderas usadas en ese país se den cuenta de cuán caro les ha costado la cuenta.
Y tercero, para prepararse para la hecatombe.