Chile se ha vuelto nostálgico. Es, de hecho, el país donde más aumentó la nostalgia en el último año, según el último estudio de tendencias de Ipsos en 50 países. La fracción de chilenos a los que les gustaría que su país fuera como era antes pasó de 42% a 60% en tan solo un año. ¿Cuál será el pasado que añora esta mayoría?, ¿en cuál “antes” estará pensando?
Puede que haya algo de lo que Steven Pinker denomina hostilidad a la modernidad, y que compartirían “ideologías que no tienen nada más en común —una nostalgia por la claridad moral, la intimidad de un pueblo chico, los valores familiares, el comunismo primitivo, la sostenibilidad ecológica, la solidaridad comunitaria o la armonía con los ritmos de la naturaleza”. De hecho, el 62% de los chilenos teme que el progreso tecnológico esté destruyendo nuestras vidas (Ipsos). Pero al mismo tiempo, la última encuesta Bicentenario UC confirma que, para una amplia mayoría de chilenos, la vida que llevan es mejor que la de sus padres a su misma edad en términos de nivel de ingreso, de su casa, su trabajo, su vida familiar y su tiempo libre. Esto sugiere que el pasado que los chilenos añoran no estaría tan lejos.
Otra posible fuente de nostalgia es la creciente sensación de inseguridad que por estos días copa la agenda. La Bicentenario también muestra que el 70% de la población cree que “existe violencia en el país y hay que darle mucha importancia porque amenaza con destruir el orden institucional”, seis puntos más que el año pasado. Es una aseveración fuerte. Los estudios de Eduardo Hamuy, pionero de las encuestas en Chile, encontraron que en 1970 esta cifra alcanzaba el 52% de la población —es bastante menos que hoy y la amenaza que entonces temían los chilenos, de que el orden institucional se destruyera, terminó por concretarse.
Pero, creo, hay otra fuente importante de nostalgia. El ánimo del país y su manifestación electoral parecen un péndulo; también los líderes que nos dirigen. Si antes imaginábamos el futuro de Chile dentro de un marco más o menos estrecho, hoy es imposible saber qué nos depara. Por ejemplo, durante los famosos treinta años, unos dos años antes de cada elección presidencial ya era más o menos claro, encuestas en mano, quiénes serían los finalistas; hoy, un ejercicio así coquetearía con lo esotérico. La política parece una deriva y se ha vuelto, a ratos, incluso estrafalaria. ¿Tendrá que ver la nostalgia chilena con una añoranza de un futuro más cierto?
El estudio de Ipsos muestra también que ha caído fuertemente el porcentaje de chilenos que se ven a sí mismos como ciudadanos del mundo. En algún sentido, quizás, esta falta de rumbo del país ha hecho más patente esa “realidad desaforada” de Latinoamérica, una realidad carente de predictibilidad, ante la cual, según decía García Márquez, los recursos convencionales no bastan para hacer creíble nuestra vida colectiva.