El tópico, que viene gestándose desde hace casi una década, es que Santiago está en una fase de decadencia irremontable. Y en consecuencia lo ideal es salir de él y asentarse en otro lugar, una ciudad de provincia, de tamaño más pequeño, muy lejos de la densidad de la metrópolis, más tranquila, de ritmo más reposado y de mayor belleza: según ese tópico, Santiago se ha ido convirtiendo en una ciudad cada vez más fea.
La crisis, en sus múltiples dimensiones, que afecta a Chile, se concentraría en la capital, la que la encarnaría poderosamente: se alega especial inseguridad, violencia, congestión vehicular, segregación social de barrios y sectores, deterioro de los espacios públicos, dificultades mayores de conectividad, carestía.
Lo que retiene a un grupo mayoritario de huir de Santiago es la cuestión de los servicios, salud y colegios sobre todo, y, en mayor proporción, “la cuestión trabajo”, la dimensión económica de la decisión acerca del emplazamiento del grupo familiar.
Este lugar común sostiene que la fobia a esta ciudad es socialmente transversal y que el fenómeno difiere solo en el modo y las posibilidades gigantescamente menores de llevar a cabo el cambio en los segmentos más pobres. Pero habría una sensibilidad de rechazo común.
Los tópicos, aunque solo tópicos, producen que ciudades como Puerto Varas hayan recibido tanta población, una ola migratoria, que comienzan a colapsar en algunas dimensiones que eran, paradójicamente, motivo de la decisión de abandonar Santiago.
Se busca mejor calidad de vida, dicen.
Pero lo que estaría haciendo crisis no es Santiago, sino un modelo de ciudad. Y por eso en la capital, pero también en algunas ciudades cabeza de regiones, se produce un traslado hacia parcelaciones en el radio rural, la peor forma de seudo urbanización.
El Estado trató de frenar la desatada avalancha de parcelaciones a través de poner dificultades administrativas a las parcelaciones futuras. Vendiendo el sofá. No creo que sea buena idea prohibir parcelar o permanecer indiferente a la fuga hacia la provincia, sino intentar encauzar las migraciones que han surgido espontáneamente.
Por otro lado, vi esta semana a un Santiago centro con un patrimonio arquitectónico deteriorado visiblemente, pero con el ritmo de la ciudad de muchas décadas hacia atrás. Y qué bien que le asienta un poco de más serenidad. Era cerca del mediodía, el día estaba suavemente soleado, en pocas cuadras interiores pude comprar todo lo que necesitaba, en amplios rubros; fui atendido de muy buenas maneras, no me sentí amenazado. Es muy probable que en las horas top, la noche o en ciertos puntos la situación sea muy distinta, pero, en general, me dio extrañamente, por algunos momentos, la sensación de una ciudad agradable.