Se sembraron vientos cuando se idealizó la protesta estudiantil.
Se sembraron vientos cuando se intentó arrasar con los 30 años.
Se sembraron vientos cuando se justificó la violencia.
Se sembraron vientos cuando se adoró el perro matapacos.
Se sembraron vientos cuando se idealizó la inmigración descontrolada.
Se sembraron vientos cuando se aceptó que Temucuicui era un enclave autónomo.
Se sembraron vientos cuando la izquierda extrema intentó derrocar a Piñera.
Se sembraron vientos cuando la izquierda democrática bailó al ritmo de la izquierda extrema.
Se sembraron vientos cuando se intentó aprobar una Constitución delirante y refundacional.
Y la sombra del viento apareció. Y el péndulo giró.
La palabra “dignidad” ha sido guardada en un cajón. Hoy solo resuena la palabra “seguridad”.
El país se encuentra en una especie de antiestallido, que busca restaurar los principios prevalecientes en la época prerrevolucionaria. En medio de una tierra arrasada por la inseguridad, el narco y la delincuencia.
El problema mismo es profundo. El problema político también.
Boric se instaló el año pasado bajo las últimas ráfagas del estallido social. Ya habían signos de que el viento estaba amainando, pero el diagnóstico, el programa y el discurso no lo recogieron. Seis meses después, el 4S se transformó en lo que el estallido fue para Piñera: un exocet a las bases mismas de su mandato.
Hoy, la instalación de la preocupación por seguridad se hace inabordable no solo por las complejidades mismas del tema, sino que fundamentalmente por las señales que dieron él y su coalición cuando fueron oposición. Hoy cualquier anuncio no es más que, como dicen los argentinos,“remar en el dulce de leche”.
El país no percibe en Boric idoneidad para enfrentar el tema y todos los anuncios parecen ser palabras que se las lleva el viento (que sopla en dirección opuesta). Frases rimbombantes como el que los delincuentes “tienen que tener miedo” son ridículas. Tan ridículas como ofrecerse para ir en los operativos policiales.
Así, el Gobierno se ve atrapado en un problema que no le es propio, que no lo siente y sobre el que tiene trauma. Es imposible no reparar que hace solo tres meses el presidente decidió indultar a “jóvenes que no son delincuentes”. El error de percepción es escalofriante.
La coalición de gobierno está quebrada. Las dos almas ya no solo coexisten, sino que están enfrentadas.
Así las cosas, el Gobierno se verá enfrentado en un mes más a unas elecciones que pueden ser dramáticas (y de paso muestra cuán equivocado estuvo el PS de sumarse a la lista frenteamplista).
Por el otro lado, puede ser fácil para sectores de centroderecha ceder a la tentación de comportarse frente al actual gobierno del mismo modo en que la entonces oposición buscó bloquear la gestión de Piñera. Bastante de ese nefasto estilo ya ha emergido en Republicanos en la profusión de demandas de renuncias, de leyes para la galería o de discursos rimbombantes.
La gravedad de la situación exige la colaboración de todos los sectores para una acción eficaz del Estado. Un nuevo acuerdo. Una nueva unidad. Algo que, querámoslo o no, es un capital de Chile.
El problema de seguridad no se resuelve fácilmente. Ni en corto plazo. El peligro radica en los populismos que ya han empezado a aflorar. El problema radica en darle manga ancha a la policía, lo que siempre termina mal. El problema radica en la pérdida de racionalidad de un país que la perdió hace poco tiempo.
Porque lo que es claro es que hoy ya estamos cosechando tempestades.
Se cosechan tempestades cuando mueren tres policías en una semana.
Se cosechan tempestades cuando el Gobierno que “representa al pueblo” sufre un cacerolazo en demanda de seguridad.
Se cosechan tempestades cuando el general de Carabineros veta a una periodista.
Se cosechan tempestades cuando un canal despide a una periodista por un lapsus.
Se cosechan tempestades cuando los gendarmes dan ultimátum a los “señores políticos”.
Se cosechan tempestades cuando aparecen candidatos presidenciales que buscan emular a Bukele.
En este complejo escenario, el Gobierno está paralizado. Su programa está vencido, el afecto de la coalición está quebrado y su sintonía con la ciudadanía está desenfocada.
Malos tiempos.
Tres largos años.
Seguimos.