Una mayor diversidad y participación voluntaria de mujeres en los directorios de las empresas privadas son imperativos incuestionables. Sin embargo, es necesario ampliar la noción de diversidad, sin limitarla al género, sino que haciéndola extensiva a otros ámbitos, que pueden ser tanto o más importantes que aquel en la marcha de los negocios. Me refiero específicamente al rol que pueden y deben desempeñar, en la marcha de los negocios, las personas formadas en las humanidades. Todo indica que los conocimientos técnicos o meramente numéricos ya no son suficientes, en un mundo caracterizado por cambios vertiginosos e impredecibles y por la necesidad creciente de enfrentar las posibilidades de innovación que el mundo globalizado ofrece.
El director de una empresa aeroespacial francesa escribió una vez: “siempre prefiero a un graduado en filosofía; no saben nada acerca del aeroespacio, pero saben todo acerca de la complejidad y eso es lo que yo necesito”. Y su opinión no nacía de un simple capricho, sino de un convencimiento radical de que hoy día la naturaleza de los negocios, la diversidad de los factores que inciden en su desenvolvimiento (políticos, sociales, religioso y otros) y la complejidad de los dilemas morales que deben enfrentar en un contexto de gran pluralidad cultural son cada vez mayores, y exigen de una reflexión crítica y bien fundada que demanda múltiples perspectivas de análisis para una mejor comprensión de la realidad del mundo en el que las empresas se deben desenvolver.
La historia, la literatura, la filosofía, la sociología son disciplinas que permiten entender mejor la sociedad en que vivimos, sus valores, sus normas y la forma en que ellas han evolucionado a través del tiempo. Si ello posiblemente hubiera sido una gran contribución en todos los tiempos, hoy día —en que, por ejemplo, los grandes fondos de inversión internacionales deciden dónde invertir no solo en relación con la maximización de utilidades, sino que considerando la forma en que las empresas cumplen con otros factores políticos, sociales y ambientales— es más bien una necesidad.
Es el estudio de las disciplinas ligadas a las humanidades el que de manera privilegiada favorece el desarrollo del pensamiento crítico, permite diferenciar lo esencial de lo accesorio y desarrollar la capacidad para identificar y resolver problemas recurriendo a la lógica de diversas disciplinas, y, sobre todo, favorece la comprensión de la naturaleza humana y de sus motivaciones y, en consecuencia, del comportamiento predecible de sus clientes. Ello, porque desarrolla una serie de habilidades intelectuales que son transferibles a otros temas y facilita una mejor y más rápida adaptación para emprender aprendizajes nuevos.
En los países más desarrollados, esta convicción respecto del valor y aporte de las humanidades es un elemento esencial en la definición del perfil de los colaboradores en una empresa. En un estudio en Estados Unidos entre los altos ejecutivos de empresas importantes, el 77% concluyó que las humanidades eran indispensables en el desarrollo de la capacidad para resolver problemas. Por eso, lo que se busca crecientemente son personas con una base amplia, que sepan pensar, colaborar, crear y resolver las infinitas implicancias éticas de las decisiones que se adoptan.
Nadie mejor que Alan Greenspan ha explicado la relación entre humanidades y negocios: “Conciencia crítica, la capacidad de plantear hipótesis, de interpretar y de comunicar, son elementos esenciales de la innovación exitosa en una economía basada en conceptos. La capacidad de pensar con abstracción se impulsa a través de la exposición a la filosofía, literatura, música, arte, idiomas. La educación en las humanidades genera una mayor comprensión de todos los aspectos de la vida”.