A medida que se hace más notorio el aumento de la estupidez, aumentan las informaciones y aplicaciones de la inteligencia artificial. Y es que el ser humano puede estar perdiendo algunas habilidades, pero mantiene otras características, como la viveza, la picardía, la inventiva. Es pillo. Y sale con la IA, que igual se lo va a comer por los zapatos, pero de eso solo se dan cuenta los que mantienen la inteligencia natural que les fue concedida junto con la bondad, la solidaridad y otros atributos extraviados por las mayorías en los mareos del progreso.
La inteligencia siempre fue apreciada como un componente importante del buen futbolista. Tal vez no tanto en los comienzos, cuando en la cancha se reunían unos cuantos curagüillas que corrían con entusiasmo detrás de la pelota para después empinar el codo con el contenido de la garrafa que portaron hasta el terreno. Tiempos muy iniciales, aunque más adelante y hasta ya iniciado el profesionalismo los adoradores del tinto siguieron figurando en planteles y canchas en importante cantidad. Entrevistar a un astro lesionado en su lecho con la chuica apoyada en el velador no era un acto insólito en los años de 1940 en Chile, que era de los más notables exponentes de Sudamérica, tal vez solo superados por sus habilidosos colegas del Perú.
La exigencia de una mayor inteligencia fue produciéndose con el desarrollo del profesionalismo, por las exigencias aumentadas en el rendimiento físico y táctico y por el aumento de las cantidades pagadas. Y aun así, erradicar el alcoholismo no fue tarea fácil. La verdad es que ni siquiera fue posible y solo se ha podido disminuirlo, no eliminarlo. Hasta hoy es un hábito muy extendido, en todo el mundo, y recién fuimos testigos del caso de una figura que fue a beber a Argentina, su tierra, en circunstancias que por acá hay mostos mejores. Eso no fue inteligente en absoluto.
Y en eso estamos, en la inteligencia. A mi viejo le escuché decir, a propósito de futbolistas muy altos: “No puede ser bueno: tiene el cerebro muy lejos de las piernas”. Buena la frase y graciosa la figura. Así fue como muchos se burlaron de Ricardo Mariano Dabrowski, aquel delantero argentino que terminó haciendo muy buenas campañas en Colo Colo y ocupando después la banca técnica. Empezó mal y terminó bien.
También escuché decir: “Este jugador es inteligente de la cintura hacia abajo”. No recordaré de quién se hablaba, pero está claro que se trataba de un futbolista hábil con las piernas, pero sin ideas. Hay, por supuesto, muchos casos así. Todos hemos visto a delanteros que pueden hacer maravillas con la pelota y pasarse a medio mundo rumbo al arco, pero sin capacidad para aprovechar circunstancias del juego o habilidades de sus compañeros. Cada vez existen menos, pero existen.
El caso es que en los últimos días ha surgido un ejercicio en varios lugares del mundo: hacer “equipos de todos los tiempos” con la dichosa inteligencia artificial. Han aparecido formaciones estelares en Europa y en América. Son muy parecidas a las que hemos hecho los humanos hasta el aburrimiento. Y la explicación es demasiado simple: la información que recibe la IA se la dan... humanos (que saben o creen que saben de fútbol). ¿Ve que somos pillos?