La economía global comenzó el año con sorpresas positivas en actividad y negativas en inflación. En este contexto, los bancos centrales daban señales que continuarían con su proceso de alzas de tasas. Sin embargo, este cuadro se ha visto alterado por problemas surgidos en la banca de Estados Unidos, que han creado tensiones financieras y problemas en la disponibilidad y costo del crédito. Después de un prolongado período de políticas monetarias muy laxas y alzas tardías de tasas frente a una aceleración de la inflación, existía el riesgo de que las alzas de tasas, a partir de niveles muy bajos, y el ajuste de los balances de los bancos centrales, podrían generar tensiones en los mercados financieros. Sin embargo, se estimaba que estos riesgos se localizaban fuera del perímetro del sector bancario, más bien en la “banca en las sombras” y en empresas y fondos privados altamente apalancados por lo que sus efectos sistémicos serían acotados.
Las tensiones financieras comenzaron con el anuncio de un banco pequeño de California, el Silvergate, de que cerraría sus operaciones. Luego, las tensiones se exacerbaron tras el fracaso del Silicon Valley Bank (SVB), el decimosexto banco más grande de Estados Unidos, con activos sobre los US$ 200 mil millones. Este era un banco muy particular, con serias debilidades administrativas, muchas de ellas advertidas por la Fed de San Francisco, entidad a cargo de su supervisión. Su caída se precipitó cuando mensajes en redes sociales alertaron de su debilidad, lo que llevó a cuantiosos retiros de depósitos, del orden de US$ 42 mil millones en un día, principalmente a través de la banca digital. Para generar liquidez, se vio obligado a vender activos, que habían caído de precio por el alza de las tasas de interés, y con ello, a realizar importantes pérdidas que, en definitiva, precipitaron su colapso.
La caída del SVB repercutió en la banca mediana y pequeña, contribuyendo al fracaso del Signature Bank, banco de más de US$ 100 mil millones en activos. Esto trajo consigo una fuga de depósitos hacia bancos grandes que tienen una regulación y supervisión más estricta del Consejo de la Fed.
La Fed, la Corporación Federal de Seguro de Depósitos (FDIC) y el gobierno de Estados Unidos invocaron excepciones de riesgo sistémico e intervinieron, garantizando los depósitos sobre los US$ 250.000 en el SVB y el Signature Bank. También, la Fed creó un Programa de Financiamiento Bancario a Plazo (BTFP), con garantías de activos valorados a su valor nominal. Todo ello, junto a las declaraciones de las autoridades acerca de la garantía de depósitos, que se podría extender a otros bancos en caso de ser necesario, han contribuido a contener la crisis. Pese a esto, el retiro de depósitos de bancos regionales y pequeños ha generado un apretón crediticio, afectando especialmente a empresas pequeñas y medianas. Además, la banca sigue expuesta a los efectos de las alzas de tasas en el valor de sus activos y en los depósitos frente a opciones más rentables para los depositantes.
Las tensiones del sector bancario de Estados Unidos también repercutieron en Europa con la crisis del Credit Swisse y presiones sobre su sector bancario. Credit Swisse acarreaba problemas de gestión de larga data, que lo habían debilitado, y no pudo resistir las repercusiones de la crisis del SVB, llevando a las autoridades suizas a negociar su compra por el UBS.
Como resultado de los problemas del sector bancario, los bancos centrales enfrentan ahora no solo un problema de alta inflación, sino que también uno de inestabilidad financiera. Para enfrentar estas dificultades, los bancos centrales cuentan con dos instrumentos: la tasa de interés de política para controlar la inflación y la provisión de liquidez a la banca para enfrentar problemas de estabilidad financiera. Los reguladores y supervisores tienen también la opción de utilizar la extensión de los seguros de depósitos y la intervención de bancos con dificultades. Más adelante será necesario revisar la regulación y supervisión de los bancos medianos, que en Estados Unidos se debilitó tras la reforma del 2018 que eximió a los bancos con activos entre 50 y 250 mil millones de dólares de pruebas de tensión más estrictas, así como de mayores requerimientos de capital y liquidez. Esta crisis se materializa en un momento en que los grandes bancos están más capitalizados y con una regulación y supervisión mucho más estricta que en la Gran Crisis Financiera del 2008.
Estas tensiones financieras ocurren cuando la persistencia de inflaciones altas dificulta la tarea de los bancos centrales de llevar las inflaciones de regreso a la meta. Así, dada la aún alta inflación, la Fed decidió subir la tasa otro cuarto punto porcentual en su reunión de la semana pasada. En su comunicado, reconoció que los problemas del sector bancario probablemente van a resultar en condiciones crediticias más apretadas, con efectos en la actividad, el empleo y la inflación, los que aún son difíciles de cuantificar. De hecho, en sus proyecciones entregadas la semana pasada, la Fed sigue proyectando que la tasa de política terminaría el año entre 5 y 5,25%. En contraste, el mercado anticipa que, por las tensiones financieras, habrá una mayor desaceleración de la demanda que derivaría en una tasa terminal de este ciclo más baja de lo proyectado por la Fed.
Las tensiones financieras internacionales encuentran a la banca chilena regulada por los estándares de Basilea III en cuanto a capital y liquidez, a diferencia de los Estados Unidos. Este marco aplica a todos los bancos, independiente de su tamaño. Además, la supervisión está en manos de una sola institución, la Comisión de Mercado Financiero (CMF), que pone el foco en la gestión de riesgos. Al mismo tiempo, el Banco Central y la CMF hacen un seguimiento permanente de la capacidad de la banca para resistir eventos adversos vía pruebas de tensión que representan escenarios macroeconómicos severos.
Con todo, el deterioro de las condiciones financieras internacionales y el aumento de la incertidumbre externa tendrán efectos en las condiciones financieras de economías desarrolladas y emergentes, afectando perspectivas de crecimiento que habían mejorado a comienzos de año. Esto ocurre cuando Chile se encuentra en pleno proceso de reducir sus cuantiosos desequilibrios macroeconómicos generados durante la pandemia.
Nuestro país tiene todavía camino por recorrer para completar el ajuste y así reducir la vulnerabilidad a un deterioro mayor de las condiciones financieras internacionales. Para avanzar en controlar la inflación y reducir el déficit de cuenta corriente a un nivel más sostenible se requiere mantener la disciplina fiscal, y evitar nuevos retiros de fondos de pensiones y una baja apresurada de la tasa de interés. El Banco Central de Chile va a incorporar su diagnóstico de los efectos probables de las tensiones financieras en la actividad global y las condiciones financieras externas al momento de evaluar el curso futuro de la política monetaria con el fin de que la inflación regrese a la meta en los próximos 24 meses. Esto lo vamos a conocer en el IPOM de la próxima semana.