Han pasado exactos seis años desde que la revista inglesa The Economist reflexionara en su artículo principal sobre el futuro de Amazon. En ese momento, los datos eran los siguientes: la valoración de la empresa, que crecía como la espuma, alcanzaba los 400 billones de dólares, y más del 90% de ese valor descansaba en perspectivas de un futuro glorioso, con ventas triplicándose en diez años. ¿Será posible tanta maravilla?, se preguntaba la revista.
Su respuesta fue tan simple como certera. Considerando la creatividad y empuje de la compañía, era posible torturar el Excel y anticipar un crecimiento gigantesco de Amazon. Tanto así, que en la actualidad su valor bursátil supera el trillón de dólares (después de haberse acercado a los 2 trillones), y sus ventas se cuadruplicaron entre 2016 y 2022. El problema —concluía el Economist— es que los elefantes no pueden esconderse y, más temprano que tarde, la regulación caería fuerte sobre la compañía. Ya sea por razones de competencia o simplemente porque el sistema político no resiste compartir el poder, Amazon inevitablemente sería acorralado por los gobiernos, poniendo un límite a su crecimiento y a su valor.
Esta amenaza todavía no se ha consolidado, pero el riesgo de una avalancha regulatoria sobre las grandes Big Tech es evidente. Lo sucedido con Alibaba esta semana es una muestra de ello. La compañía china anunció su división en seis empresas, y aunque este anuncio sea publicitado como una decisión propia de negocios, todo huele a que es respuesta a una exigencia gubernamental: “o te divides, o te divido”.
Se podría concluir que el gobierno chino tiene criterios y modos diferentes a Occidente. Eso es cierto. El sistema político y el control de las actividades económicas son muy diferentes, y las reglas para proteger la libre competencia también lo son. Pero de ahí a concluir que Occidente funciona de una manera totalmente distinta es inocente, y posiblemente errado. Estos gigantes —cuyo negocio se basa en economías de red— concentran el mercado y amenazan la libre competencia. Es posible que mecanismos de defensa de la competencia sean capaces de restringir el ejercicio del poder de mercado, pero la capacidad regulatoria de las autoridades es, al menos, limitada. Quizá más importante, quienes administran el Estado no quieren compartir fácilmente el poder. Hoy por hoy, las grandes empresas que manejan los datos y controlan los algoritmos poseen tanto o más poder que los gobiernos, por lo que inevitablemente entrarán en colisión con el sistema político.
Más que un evento aislado, la división de Alibaba es una señal de cómo viene la mano. Por ello, no es necesaria una deriva autoritaria para que la presión regulatoria caiga sobre las Big Tech.