Las columnas que se escriben para los medios son una buena manera de pasar datos. Datos no para el hipódromo, donde abundan y marean a los apostadores, sino datos literarios, cinematográficos, musicales, pictóricos, teatrales, que podrían servir de orientación en medio de la vastísima oferta que hay en todos esos campos. También datos de gastronomía, y no necesariamente de aquellos lugares en que sirven muy poco y cobran demasiado, sino de los comunes y corrientes, donde en la carta podrían figurar el charquicán, la cazuela de vacuno y las ya casi jubiladas pancutras.
“¿Y con qué dato nos va a salir este señor ahora?”.
Algunos fieles lectores me dicen que echan de menos las columnas en que recomendaba libros o películas, especialmente al término de cada año, y respondiendo ahora a su gentileza voy a mencionar una muy buena novela —“La autopista Lincoln”, de Amor Towles— y una película entrañable, “Los Fabelman”, de Steven Spielberg.
Pero no es por ahí que voy esta vez, sino por lo que hoy se considera un ensayo, esto es, un libro de ideas, que llegó a mis manos hace cinco años y que redescubrí al ir reuniendo todos los que tengo acerca del liberalismo. El libro está casi intacto, pero en cuanto lo abrí vi marcas hechas con lápiz de pasta, esos que paran de escribir casi antes de usarlos o que se disuelven en los bolsillos si no son de buena marca.
El libro al que me refiero se llama “Historia mínima del neoliberalismo”, y es del autor mexicano Fernando Escalante Gonzalbo. Cuento con que algunos lectores estarán impacientándose al verme volver a un tema profusamente tratado en esta y otras secciones del diario, y a propósito del cual lo más raro sigue siendo que los partidarios de esa doctrina —el neoliberalismo— nieguen que ella exista. Pasándome a otro extremo, ¿cómo discutir con partidarios del comunismo si ellos negaran que tal doctrina existe y que tuvo y continúa teniendo aplicación en algunos países del mundo?
El libro de Escalante hace la historia de algo que existe (¿cómo si no podría hacerse historia de eso?), así hablemos de neoliberalismo, de libertarismo, o de cualquier otro modo, para referirnos a una versión y aplicación de la doctrina liberal que tiene ya casi un siglo de existencia. El liberalismo, lo mismo que el socialismo, tiene diferentes versiones y modos de aplicación, y, por tanto, ambos deben ser conjugados en plural (liberalismos, socialismos) para facilitar de ese modo la comprensión y los juicios de valor que puedan emitirse sobre el particular. A propósito del socialismo, ¿quién podría negar que existe uno de carácter democrático y otro de corte totalitario? ¿Y por qué los liberales continuamos negando que el árbol liberal ha dado lugar a varias ramas, y que, a la hora de reconocernos liberales, deberíamos saber decir en cuál de ellas tenemos puestas las posaderas?
Tampoco ayuda a la comprensión del neoliberalismo el mal uso que se hace de la palabra para aludir a todo lo que nos desagrada del mundo contemporáneo, y, desde luego, no es eso lo que encontramos en el libro de Escalante. Un libro que parte con el famoso Coloquio Lippman de 1938, sigue con Ludwig von Mises, continúa con la Sociedad Mont Pelerin, se detiene en Hayek, incluye al llamado “ordoliberalismo, y menciona a Friedman y Gary Becker, y lo que uno se pregunta es por qué tantos neoliberales desconocen esa herencia y trayectoria, por lo demás bastante exitosa en cuanto a la cantidad de aplicaciones que tuvo en el siglo pasado y este. En esa lista hay nada menos que tres Nobeles.
El neoliberalismo, como ayer una de sus doctrinas rivales —el comunismo—, podría ser el nuevo opio que no pocos políticos e intelectuales estarían consumiendo hoy como fumadores pasivos en medio de una densa y persistente atmósfera general de neoliberalismo.