En la hora del primer balance de la gestión de Eduardo Berizzo como DT de la selección —el amistoso jugado ante Paraguay fue presentado como un hito— parece claro que la mayor certeza es que con lo que hay en cuanto a plantel, ideas, fondo futbolístico y liderazgos no alcanza para un andar tranquilo en las eliminatorias.
Claro, de que hay cositas, pequeñas luces, las hay. Es buena noticia haber por fin ganado un partido porque, aunque haya sido a los tirones, permitió un pequeño respiro. También fue positivo ver la evolución de Víctor Felipe Méndez y comprobar que hay dos laterales como Soto y Suazo que suben con criterio y ambición (aunque deben mejorar en la marca). O notar que el joven Alexander Aravena tiene ganas, pero también ideas frescas en el ataque (a diferencia del impertérrito Diego Rubio). Pero ni juntas todas estas señales son suficientes para fortalecer la confianza. Todo parece escaso, mínimo todavía.
El camino que ha transitado Berizzo ha sido sinuoso en cuanto a convicciones y ese es el primer punto que debería cambiar si quiere mantenerse al frente del proceso y encabezar una sólida etapa competitiva.
El exayudante de Marcelo Bielsa, a diferencia de lo que hizo su mentor cuando dirigió a Chile, no ha podido imponer una línea y jugársela por ella. Más bien ha recorrido muchas vías alternativas, lo que ha derivado en el peor de los escenarios: transmitir confusión.
Con Berizzo en la banca se ha visto a veces un equipo intentando construir un dispositivo que impone la salida pulcra pero, cuando eso no da réditos, se intenta casi con desesperación otro que abusa de los pelotazos. Y esa indefinición conceptual deriva en desorden.
No es lo más grave.
En estos meses, Berizzo tampoco ha logrado establecer mecanismos de asociación —duplas, sociedades, minisistemas— que suplan la enervante tendencia de jugar a base de simples inspiraciones, ya sea un regate de Sánchez, una corrida infinita de Brereton o un remate exquisito de Núñez.
Por eso llamó la atención cómo congeniaron Alexis con Alexander Aravena. Fue una señal. Débil aún. Pero al menos una lucecita que debería indicarle a Berizzo el camino a seguir.
Por último, las indefiniciones quedaron más que expuestas ante Paraguay en relación a la consideración que le da el DT a la presencia de lo que resta aún de la Generación Dorada.
Cierto es que Medel, Bravo y Vidal siguen siendo símbolos potentes. Pero ya no son ultratrascendentes. Ni siquiera tienen el derecho adquirido para ser titulares inamovibles. Y sacarlos del equipo no sería una falta de respeto. Es necesidad y el DT debe hacerlo. Así de claro.
Es hora de que, además, Berizzo induzca la aparición de nuevos liderazgos. Porque si bien está claro que Sánchez es el primus inter pares, es esencial que emerjan nuevas voces capaces de llevar adelante los cambios que aún no se producen.
Es lo que le falta a este Chile de Berizzo. Es lo que uno quisiera comenzar a ver a pocos meses del inicio de la ruta al Mundial. Por ahora, todo es buena intención nomás. Y con eso no alcanza.