El Evangelio de este domingo nos introduce en uno de los temas más complejos de la vida humana: la muerte. El texto nos presenta a Lázaro, amigo de Jesús, quien muere y, después de cuatro días en el sepulcro, el Señor le hace volver a la vida. Si lo consideramos solo un relato histórico, el texto plantea el gran problema de no solucionar la muerte, sino postergarla: el pobre Lázaro volverá a morir más adelante. Lo que Cristo le ofrece a Lázaro es una vida verdadera.
Frente a la inminente muerte de un ser querido, nosotros, como Marta, pensamos que estar cerca de Jesús nos puede evitar que ellos mueran. Pero, sabemosque tarde o temprano todos terminamos muriendo. Y no se trata de una falla en la creación del ser humano, o que nos falte fe en la oración, sino que la muerte es parte natural de nuestra condición humana.
Para adentrarnos en la profundidad del tema de Cristo y la muerte , debemosconsiderar el relato de Lázaro también en su realidad simbólica , como es tan propio del Evangelio de San Juan. Y tal vez la mejor forma de comprenderlo es que pensemos en tres mundos: el mundo en el que nos movemos acá, mientras estamos vivos en la tierra; el mundo de los muertos, llamado Sheol por los judíos, al que accedemos todos al morir, y el mundo de la vida divina en el cual nos ha introducido Cristo.
Nosotros, en nuestra inmediatez y movidos por el fuerte sentido material del mundo, pensamos que la vida consiste en estar lo más posible en estemundo terreno . Es así como rezamos por nuestros enfermos con la esperanza de que no pasen al mundo de los muertos. Es también lo que busca la medicina y la ciencia, aunque muchas veces terminan prolongando la muerte y no la vida. Este intento está bien, pues refleja el cariño que nos une y la tristeza de la separación. Pero si pensamos que Lázaro fue devuelto a este primer mundo, esto no es una solución frente al tema de la muerte. Necesariamente él, al igual que todos nosotros, debe morir. Así es nuestra condición humana natural, limitada, sometida al desgaste y a la corrupción de la materia. Sí o sí esta vida biológica termina en el cementerio.
Cristo nos invita a despertar y darnos cuenta que nosotros no somos solo una vida biológica-material, sino que tenemos una realidad espiritual-divina. Es lo propio de un ser verdaderamente humano. Y nos invita a vivir desde ahora cultivando esa otra vida, que es su misma vida divina. Esta no está sometida a la corrupción ni a la muerte, sino que se prolonga en plenitud en Dios. Cristo nos ha abierto las puertas de la vida divina, de manera que cuando entremos en el mundo de la muerte, inmediatamente ingresemos en el mundo de Dios.
La propuesta de Cristo respecto a la muerte no es volver a esta vida, al mundo terrenal, sino entrar en el mundo de Dios . Marta cree en el Dios que resucita a los muertos, pero Jesús habla del Dios que da una vida que no muere: el que cree en mí ya tiene vida eterna. Así, el que muere, en verdad no muere, sino que entra con su vida divina, de la cual ya ha participado en la tierra, a la casa del Padre. Lo que nos ofrece Cristo no es la reanimación, como la que hace la medicina en casos extremos, sino la resurrección, pues nos da una vida que no muere.
Nosotros, como Marta, muchas veces, movidos por el cariño y también por la esperanza, esperamos que Cristo haga el milagro y evite la muerte de nuestros seres queridos. Pero, sabemos que ese no es el sentido pleno y último de la vida . La muerte es parte de nosotros y tarde o temprano llega. A pesar de ser un momento decisivo, no es lo último. En Cristo se nos han abierto las puertas de la vida divina. Y si bien la vida biológica-material está destinada a la muerte, nosotros vivimos también una vida espiritual-divina que trasciende y no se acaba. A esa vida nueva, la que no se acaba, debemos dedicar todas nuestras fuerzas.
"Dícele Jesús: Yo soy la resurrección y la vida: el que cree en mí, aunque esté muerto, vivirá".(San Juan 11,25)