El título de esta película es un tanto engañoso. No hay diablos en la trama. Simplemente, Los cinco diablos es el nombre de un centro deportivo situado en la región de Isère, en las estribaciones de los Alpes franceses. En ese centro trabaja Joanne Soler (Adèle Exarchopoulos) como entrenadora de las vecinas del pueblo. En el cuerpo de bomberos local se desempeña su marido, Jimmy (Moustapha Mbengue), un senegalés emigrado. El matrimonio tiene una hija, Vicky (Sally Dramé), que a sus 8 años dispone de un don especial: puede identificar los olores en los ambientes más difíciles.
Quien viene a desequilibrar este apacible cuadro de provincia es Julia (Swala Emati), una joven de 18 años, hermana de Jimmy, con visibles huellas de violencia, que llega a pasar una temporada en la casa de la familia Soler. Joanne se opone con virulencia y confronta a Jimmy por esa visita que no desea.
Pero esta es otra pista falsa: en realidad, las relaciones entre Joanne y Julia tienen un historial largo y pronto se entiende que en realidad Joanne está protegiendo la integridad de su familia y su propio equilibro.
El relato mezcla, sin hacerlo explícito, momentos del pasado y el presente, y va urdiendo un drama sentimental más retorcido y doloroso de lo que parece al comienzo. Se cruzan con esa línea narrativa las enigmáticas actividades de la niña Vicky, que fisgonea con una agudeza asombrosa, siempre en los momentos más reveladores, siempre desde escondites exactos, en las actividades de los mayores y prepara unas pócimas destinadas a alterarlas.
La cineasta Léa Mysius tiene la disciplina del clasicismo. Siempre sabe situar su cámara en el mejor punto, no la mueve a menos que sea necesario, no se apura y es capaz de crear atmósferas inquietantes sin echar mano a ninguna truculencia. Dispone, en este caso, de la notable presencia de Adèle Exarchopoulos, una actriz que parece una fuerza de la naturaleza. Pero, por alguna razón, en este caso no ha confiado en la historia principal —la relación entre Joanne, Jimmy y Julia— y ha decidido cruzarla con otra —la de la niña Vicky—, con unas débiles conexiones que traducen la fractura de la familia con ideas más próximas a la magia que a la perturbación que eso entraña.
El resultado es una dosis de confusión, tal vez innecesaria. Pero, aun así, hay una fuerza en la manera de filmar, y una intensidad en las relaciones de los personajes, que Los cinco diablos funciona con la forma de un melodrama radical, de esos en que no hay más salida que la muerte o la resignación, que no es lo mismo que la felicidad, sino solo lo que hay. A veces lo imperfecto puede ser también valioso.