En lo que era una esperada votación, la Cámara de Diputados rechazó por un amplio margen —96 votos en contra, 39 a favor y 10 abstenciones— la moción parlamentaria que buscaba, de modo encubierto, permitir un nuevo retiro de los fondos de pensiones. En esta oportunidad, la modalidad seleccionada para tales efectos era la de un autopréstamo, con condiciones tan laxas que hubiesen permitido el retiro de entre un 15 y el 100% de los respectivos ahorros sin reales obligaciones de devolución. Así, el resultado representa un tangible fracaso para la nefasta creatividad parlamentaria en estas materias.

Al contrario, para parte del Gobierno —aquella ocupada de contener el populismo y retomar el ordenamiento económico— el resultado constituye un éxito: a pesar de que entre distintos parlamentarios oficialistas existía una inclinación a apoyar la iniciativa, la magnitud del rechazo da cuenta de un fructífero trabajo de contención realizado desde dentro de la misma coalición gobernante.

Menos afortunada fue la decisión de aquellos parlamentarios de oposición, particularmente de centroderecha, que con sus votos apoyaron el autopréstamo. Los argumentos respecto, por ejemplo, del negativo impacto comprobado de los retiros sobre el mercado de capitales y la inflación fueron insuficientes para contener a estos congresistas. Su justificación del autopréstamo como solución a las dificultades económicas que sufren los hogares replicó el pobre debate político que permitiera la concreción de los anteriores retiros. Para partidos como Renovación Nacional, con diputados elegidos en sus listas que votaron por aprobar el autopréstamo, el desafío es recobrar algunas de las convicciones básicas del sector que representan, amenazado por la confusión ideológica o por el oportunismo de quienes pretenden alcanzar el favor ciudadano renunciando a la seriedad política. La centroderecha haría una importante contribución al país si lograra configurar reglas institucionales que impidan el avance del virus populista entre sus filas.

Ahora bien, asumir que el rechazo del autopréstamo representa el fin de iniciativas de este tipo sería un error para las fuerzas políticas que comprenden sus consecuencias económicas negativas. El apetito parlamentario por proveer de forma irresponsable a la población recursos generados para un fin distinto (pensiones), sumado al ímpetu ideológico de la izquierda radical por desmantelar el sistema previsional, no serán fácilmente desterrados. A partir de abril, luego de un año del rechazo del último intento, emergerán nuevamente desde la Cámara de Diputados iniciativas para impulsar, ahora sin la creatividad dialéctica de un autopréstamo, retiros de los fondos de pensiones.

Evitar que tales proyectos puedan volver a prosperar requerirá una planeación precisa y la coordinación de los sectores más moderados del oficialismo con las dirigencias de la oposición, sumando a todas aquellas fuerzas que rechazan hacer de los ahorros previsionales un botín político. El espíritu de diálogo que —al menos en sus declaraciones— han expresado las autoridades económicas debiera facilitar aquello. Con todo, la posibilidad de terminar de modo definitivo con los retiros desde los fondos de pensiones dependerá fundamentalmente de la coalición gobernante, desde cuyas filas fue que en el pasado —y pese a todas las advertencias— se impulsaron estas lamentables políticas. En efecto, si aquellos que, como el propio Presidente Boric, jugaron antes un papel decisivo en la aprobación de los retiros, asumen ahora —sea por convencimiento o por conveniencia— un liderazgo en su rechazo, puede configurarse una mayoría sólida que termine con esta fuente de incertidumbre económica y drama social que significa el uso de los ahorros previsionales con fines político-electorales.