Nos encontramos ya en el cuarto domingo de Cuaresma. Los textos del Evangelio, que hemos proclamado desde el Miércoles de Ceniza en adelante, son muy catequéticos y nos muestran elementos fundamentales de lo que significa ser cristianos: son una invitación a reconectar con lo medular de nuestra fe. En el relato del Evangelio según San Lucas, que proclamamos hoy, se nos muestra el milagro de sanación de un mudo, que levanta murmuraciones contra Jesús: si expulsa a un demonio -ese era el modo de comprender algunas discapacidades en ese entonces-, es que debe venir del demonio.
El discernimiento de espíritus es un arte muy necesario en los tiempos que corren. Al discernir se trata de elegir -entre cosas buenas- la mejor, impulsados por el Espíritu Santo que nos conduce a la realización histórica del Reino de Dios, que alcanzará su plenitud en el cielo.
Hoy -19 de marzo- también celebramos la memoria de San José. Aunque aparezca poco mencionado en los evangelios, José ha tenido una influencia muy grande en el niño Jesús que crio junto a María, su esposa. Solo se atestigua su presencia en sus primeros años de vida: al participar en sueños del anuncio del Ángel Gabriel a María; al partir a Belén desde Nazareth para participar de un censo, entonces nació Jesús en un pesebre; al escuchar en sueños también del peligro que se cernía sobre el recién nacido y huir a Egipto; al peregrinar a Jerusalén y no encontrarlo, sino en el Templo, enseñando a los maestros de la ley.
Quizás uno de los dolores más extendidos en nuestra sociedad chilena tenga relación con la figura paterna. La paternidad y las masculinidades se encuentran en una profunda crisis. Basta señalar que ha crecido los últimos años la cantidad de mujeres que crían solas a sus hijos, en hogares monoparentales liderados por ellas, con la ayuda probablemente de la abuela.
Buena parte de los movimientos feministas que llevan décadas bregando por el reconocimiento de la igual dignidad y derechos para las mujeres, explicitan que la cultura occidental ha sido eminentemente patriarcal: las conquistas del derecho a voto o de un igual acceso a la educación, de la presencia en la política o en ambientes profesionales y directivos, han ido contribuyendo significativamente a una mayor inclusión. Otro aspecto destacable es el de las tareas domésticas y de cuidado: aunque aún mayoritariamente ejercidas por mujeres, hay conciencia creciente de su relevancia y del necesario reconocimiento que les es debido en justicia, así como de los equilibrios de corresponsabilidad y cocuidado de las personas mayores, con discapacidad o de los niños.
¿Y en la Iglesia? Enfrentamos también una crisis de proporciones del sacerdocio, figura masculina que ha concentrado por siglos el poder para administrar los sacramentos y ejercer la autoridad en las estructuras de gobierno. Los abusos sexuales y de poder que hemos conocido en las últimas décadas dan cuenta, entre otras cosas, del poder casi ilimitado que tenían miembros del clero respecto del resto de los fieles, lo que ha impedido reacciones oportunas ante traspasos de límites y hasta delitos que han sido muy dañinos. Hemos de seguir dando pasos hacia transformaciones culturales e institucionales que promuevan espacios sanos y libres de toda violencia y abuso.
Cada época tiene sus demonios que expulsar y, como contraparte, sus virtudes que hacer florecer. Pidamos la gracia grande de sintonizar en estas semanas, antes de Semana Santa, con ese mismo Espíritu que impulsó a Jesús, para que nos ayude a que entre aire fresco a nuestras vidas, y hagamos de nuestro país -y nuestra Iglesia- un lugar más acogedor e inclusivo.
"Si yo expulso a los demonios con la fuerza de Dios, quiere decir que el Reino de Dios ha llegado a ustedes".(San Lucas 11, 20)