Lo único recordable de un clásico como la mona y las tristes, es decir malo en el juego, mal portado en las tribunas y por tanto tóxico y violento, fue el lanzamiento, en el minuto 74, no de piedras, encendedores, monedas o pilas —que es lo más frecuente—, sino de algo distinto: una cortaplumas. Nada menos.
Lo de cortaplumas viene de muy antiguo, como se sabe y supone, y de cuando se escribía con tinta y pluma, entonces con un cuchillito debían afilar y pulir la punta de la pluma de ganso, la más común y habitual; de cisne la más distinguida, y también se empleaban de águila, pavo, halcón o cuervo. Lo ideal eran las largas y resistentes de las alas.
En los tiempos actuales hay un centenar de cortaplumas en el mercado, y van de casi 50 mil pesos a dos luquitas. Plegables, semi o automáticas enteras, retráctiles, tácticas, doble hoja y de camping. Mangos de madera, ébano, metal, marfil o plástico. Con forma de revólver, garra tigre o llavero reducido. También de supervivencia, adorno, de bolsillo o de compañía, y tantas de acero inoxidable.
La cortaplumas protagonista en el clásico, por lo que se vio en la televisión, fue una de mango azul, desde luego usada, gastada y sucia. Es decir, si uno la ve en el suelo, pasa de largo y jamás la recoge. No merece la molestia ni aprecio alguno. Igual que su dueño.
No se compara, por cierto, con la famosa navaja suiza de mango rojo intenso, que le lleva por dentro distintos ingenios plegables: lima, tijerita, destornillador, tirabuzón, pinzas, alfiler, abrelatas, segunda cuchilla y, en fin, un invento universal y prestigioso no se lleva a un clásico calamitoso y tampoco se pierde y tira.
El árbitro subrayó el peligro inminente, porque se lanzó abierta, vale decir, con ánimo de dañar, herir o lo que sea. Hacer daño como se pueda y a un precio barato, porque nunca se pilla a nadie y, por tanto, no hay pena ni condena en serio y en forma.
Se lanzó un arma blanca filosa y cortopunzante, propia de malandrines rascas y hampones calamitosos, probablemente con mala puntería, a menos que anden cerca y ataquen por la espalda. Los hay de Universidad de Chile y los hay de Colo Colo. En esto la amplitud de criterio es total. Este tipo de gente, por lo que se ve y padece, hace nata y flota en los estadios, especialmente durante los clásicos, cuando son muchos y machos, para participar de un espectáculo de tambores batientes, fuegos artificiales, challas por el aire y es el llamado de la selva, con el tamtam de la violencia y el rugido de la bestia humana.
El fútbol tiene una parte salivosa, maleducada y oscura, y eso, en el fútbol chileno, está cada vez más claro.