Ordenar mi biblioteca es intentar ordenar mis años, porque cada vez que ingresa un libro anoto en el libro el año de su ingreso. A veces he pensado seguir ese ritmo y reunir todos los del 78, por ejemplo, pero enseguida pienso que sería hermoso, pero inútil a la hora de tratar de encontrar un libro. Sigo el antiguo método del “orden alfabético” que pone a Aristóteles al lado de Pietro Aretino.

Ordenar una biblioteca o, más bien, una no-biblioteca, es una tarea morosa, pero llena de significados. De algún modo en la biblioteca está el resumen de la vida de un lector. Lo que me propongo ahora es formar una biblioteca para mi fase del lector tardío. La parte triste son los cientos de libros que indefectiblemente voy dejando fuera porque ya no leeré ni consultaré nunca. Es reconocer prácticamente la condición de lector finito.

A medida que pasan los años (y se asoma la vejez), por lo menos en mi caso, me resulta que leo menos, pero con mayor delicadeza, como si tuviera mayor respeto por los libros, de modo que hay algunos que encuentro que he leído antes y ahora me parecen como no leídos, y me avergüenzo.

Cada vez leo menos en cantidad y cada vez releo más. Me gusta esa ecuación; es sabio haber abandonado del todo la época del lector voraz, ese que lee casi todo y muy rápidamente. Siento que de esa lectura queda poco o nulo rastro y lo leído parece entrar por un oído y salir por el otro.

Ahora suelo leer fragmentos de libros y no los libros completos, sin remordimiento, y también prefiero leer libros escritos en forma de fragmentos o libros de cuentos o novelas breves.

He vuelto a leer filosofía. Cosas de la edad, que es preciso tener en cuenta por los más jóvenes que piensan, como en otras cosas de la vida, que siempre se leerá igual.

El lector tardío lee a otra velocidad y, sobre todo, de otro modo. Saborea a piacere. Conecta lecturas con otras lejanas ya olvidadas, se queda meditando y quiere volverlas a encontrar. Eso me sucede ahora. Leo un pequeño párrafo de “Un corazón sencillo”, el perfecto cuento de Flaubert, y siento la necesidad de leer “La prima Bette”, de Balzac, sin saber por qué. Pero, ¿dónde está ella? ¿En cuál rincón oculto de esta biblioteca patas pa'arriba que he llegado a tener?

A veces pienso que la biblioteca es un símil de la memoria y que una biblioteca desordenada es el símbolo de una mente que está siendo invadida por el olvido. A trabajar, entonces.