El Superclásico fue una decepción grande. Monumental como el estadio donde se jugó. Colo Colo y Universidad de Chile firmaron un empate desabrido, carente de colores y matices y la conclusión es una sola: los dos equipos jugaron a no equivocarse, a minimizar los errores para no tener que enfrentar la pesadez mental de salir con las manos vacías en un partido donde empieza a importar más a historia que el presente.
Fue un encuentro demasiado mirado y jugado desde las bancas.
En el elenco local quedó muy claro que el entrenador de Colo Colo salió con la idea de bajar las posibilidades de desbarajuste en esa zaga tan parchada y maltrecha que hoy tienen los albos. Por eso, a diferencia de lo que ha hecho siempre la escuadra popular, no presionó la salida del rival. Mas bien alojó a su equipo para que éste no se viera amagado por alguno de los pelotazos largos que tiene la U como arma favorita. Y claro, le resultó a Colo Colo porque no pasó mayores zozobras, salvo un par que tuvieron que ver con imprecisiones propias (perder la pelota en la salida) que por méritos del rival.
Y no es extraño esto último, porque Universidad de Chile también bailó con la misma música, la del temor a errar o, derechamente, a provocar un estropicio. Solo así se entiende que el DT Mauricio Pellegrino haya tomado una decisión práctica pero poco certera si la idea era ganar el partido: ordenarle a Osorio que tapara a Fuentes en lugar de ir a encararlo, y que abriera a Poblete solo para que completara la tarea.
Por eso es que el encuentro fue chato, poco vistoso, nada atractivo.
Seguramente los dos entrenadores quedaron más o menos conformes, pero para nada lo quedaron quienes lo vieron desde afuera. No hubo mucho ánimo de ganar. Solo de que algo pasara. Algo que se buscó poco.
¿Fueron atinados los cambios? ¿Pudo haber algún revulsivo cuando los entrenadores siguieron con su juego táctico?
Claro, pero no lo hubo.
La entrada del uruguayo Cristián Palacios en lugar de Nicolás Guerra hacía pensar que establecería una dupla movediza y de intercambio con Leandro Fernández para desarticular a los centrales albos. No pasó eso. Palacios se fue a jugar solo, a pelear con la defensa alba y perdió.
En Colo Colo tampoco hubo mucha transformación con la entrada de Carlos Palacios y Darío Lezcano. El primero nunca tuvo el manejo de la pelota y solo fue a la pelea tras algún pelotazo. El paraguayo, en tanto, en lugar de ir al área a pelear cada pelota suelta, se las dio un par de veces de habilitador. Miel sobre hojuelas para Zaldívar y Casanova.
Por eso el cero a cero no admitió muchas dudas ni reclamos.
Ambos jugaron para eso y poco más. Pero no hubo ese poco más. No se llega a eso cuando hay tanto miedo al error.