En su viaje hacia Galilea, Jesús se detiene en Sicar, donde estaba el pozo del patriarca Jacob, orgullo de los samaritanos. Jesús se sienta junto al pozo donde coincidirán la samaritana y su sed de Dios y el anhelo divino de Jesús de salvar a los hombres. En ella comienza un precioso itinerario de conversión inducido por Jesús. Cuando Jesús toma la iniciativa: "Dame de beber" (Juan 4,7), volvemos a comprobar que la ignorancia es el gran obstáculo para reconocer a Dios: "Si conocieras el don de Dios y quién es el que te dice 'dame de beber'" (Juan 4,10). Ella algo sabía, pero no lo suficiente y se confirma que las verdades a medias terminan siendo más un estorbo que una ayuda.
La mujer le pregunta: "¿Eres tú más que nuestro padre Jacob, que nos dio este pozo?". Y Jesús manifiesta su identidad sin medias tintas: "El que bebe de esta agua vuelve a tener sed; pero el que beba del agua que yo le daré nunca más tendrá sed... " (Juan 4,13-14). Todo va bien hasta que Jesús hace referencia a su marido y se llega al gran obstáculo que la mujer tiene en su vida. El Señor es mayor que Jacob y su pozo, y el agua que ofrece es su "corazón sacerdotal (que) se vuelca, diligente, para recuperar la oveja perdida" (San Josemaría, Amigos de Dios, n. 176). Jesús premia la sinceridad de la samaritana con la verdad, que la hará libre y le devolverá la paz.
Esta escena me recuerda momentos duros y tristes que uno tiene como sacerdote, cuando me toca atender a un bautizado que está desorientado, porque, sobre un tema, dos sacerdotes dan consejos opuestos. ¡No se puede jugar con la alegría y salvación de las almas!
Donde un amigo que había resuelto su situación afectiva y celebrado su matrimonio sacramental, se me acercó un amigo suyo y me dijo: "Estoy en la misma situación que fulanito, pero un sacerdote me dijo que podía comulgar... ¿Y a usted le convence ese consejo?"... Y con la sinceridad de la samaritana, me dijo que no.
Ella espera al Redentor: "Cuando venga, él nos lo dirá todo" (Juan 4,25). Quiere escuchar la "Verdad". Sorprendida, porque quien podía juzgarla no lo ha hecho y le ha dado una nueva oportunidad, pero al mismo tiempo le ha indicado la inmoralidad de sus actos, para que recupere su libertad.
Aquí está nuestro desafío pastoral, porque no hay oposición entre verdad y caridad: "En Cristo, la caridad en la verdad se convierte en el Rostro de su Persona, en una vocación a amar a nuestros hermanos en la verdad de su proyecto (Benedicto XVI, Caritas in veritate, Nº 1). La caridad sin la verdad completa es demagogia, y es inhumana una verdad sin caridad, no es cristiana.
Jesús nos enseña -sobre todo a los pastores- a decir la verdad con una exquisita caridad: "Venid a ver un hombre que me ha dicho todo lo que he hecho; ¿será este el Mesías? (Juan 4,28-29).
"Anda, llama a tu marido y vuelve. La mujer le contesta: No tengo marido. Jesús le dice: Tienes razón, que no tienes marido: has tenido ya cinco, y el de ahora no es tu marido".Juan 4,16-18