El especial de Chris Rock en Netflix ha dado que hablar. Su ataque a Will Smith —¿recuerda la cachetada?— ha recibido amplia cobertura, pero no es lo central del stand-up. El comediante se ríe de las élites, de sus falsas contradicciones e “indignación selectiva” (el título del show). En una semana llegó al top 10 de lo más visto de la plataforma en los EE.UU. ¿Por qué tanta demanda por ese contenido?
La creciente sensibilidad de las élites en temas de justicia social es parte del continuo y necesario esfuerzo societal por eliminar históricas fuentes de discriminación y desigualdad. Pero desde las universidades más prestigiosas hasta los círculos top de Hollywood, la radicalización de una agenda está levantando más de una ceja en los EE.UU.
En “A Black Professor Trapped in Anti-Racist Hell” (Un profesor negro atrapado en un infierno anti-racista), Vincent Lloyd trata el tema. Su texto documenta cómo, a través de lo que él denomina cultos de ambientes académicos y universitarios, se sesga la visión de los jóvenes y pierden las virtudes tradicionales de la educación (reflexividad, debate y formación). Con noticias de cancelaciones de profesores y anulación de autores, el fenómeno se asoma con frecuencia en los medios. Es parte de lo que se conoce en algunos círculos como la ideología “woke”.
¿“Woke”? Derivado de “staywoke”, históricamente el término tuvo una acepción positiva (indicaba la preocupación por justicia social con un ángulo racial), pero en la última década esto cambió. Parte de la derecha de los EE.UU. lo utiliza hoy para criticar lo que considera es un progresismo extremo que, entre otras cosas, cree que la educación debe centrarse en formas de opresión sistémica que existirían en la sociedad. Es una idea antigua, pero renovada desde el campus universitario moderno. Así, desconectadas o no de la realidad, las élites entran al baile. El populismo transversal aprovecha la oportunidad, mientras redes sociales se encargan de dividir a la gente. ¿Los liderazgos políticos? Se ajustan a las circunstancias.
Uno que hay que tener en el radar es el de Ron DeSantis. Gobernador de Florida, abogado de 44 años, educado en Harvard y Yale, con experiencia militar (estuvo en Irak), ha tenido una meteórica carrera en el Partido Republicano. Sin “intrigas o dramas” (palo a Trump), DeSantis habla de su gestión como de “precisión y ejecución quirúrgica” (¿el nuevo “nuevo modelo” del Presidente Boric?). Crítico de las élites, su foco es, adivine, la educación. No evita polémicas. En 2022 logró aprobar la ley “Stop WOKE”, que restringe cómo tratar los temas de raza e identidad sexual en la sala de clases en su estado (libros han sido vetados). “En Florida el movimiento ‘woke' viene a morir”, declaró hace unos días.
Es temprano en la carrera a la Casa Blanca, pero en encuestas DeSantis va al alza. Tal como Chris Rock, el gobernador explota que parte de la élite, una progresista y educada, se pasó varios pueblos. Para contrarrestarla, apuesta a ir también con el tejo pasado, pero para el otro lado. Obvio, una cosa es hacer humor, y otra, política, y es probable que se modere. Como sea, preocupa que élites despistadas, de derecha o izquierda, sigan dando para risa y llanto.