Con el propósito de seguir sus estudios de arquitectura, la boliviana Natalia López Gallardo se trasladó a México, donde cambió de oficio para dedicarse al cine. Pocos años después se casó con el cineasta mexicano Carlos Reygadas, con quien fundaron el estudio Splendor Omnia, en el estado de Morelos, que ha llegado a ser uno de los centros de posproducción más importantes de América. Natalia López ha sido montajista de una decena de películas de prestigio, incluyendo Nuestro tiempo, la espléndida cinta de Reygadas que el matrimonio también protagonizó en 2018.
Manto de gemas es el primer largo dirigido por Natalia López, que de inmediato fue premiado con el Oso de Plata (del jurado) en el Festival de Berlín, y después recorrió una decena de festivales, sin el mismo éxito. Todo esto es para decir que se trata de un cine aureolado de prestigio, que entra con comodidad en los festivales y captura con facilidad a la crítica que es especialmente atenta a esas cosas.
La historia de Manto de gemas no es fácil de seguir; parte de su estrategia narrativa consiste en exigir al espectador que prescinda un poco de la intriga y que rellene por su cuenta los vacíos. Hay que decirlo: esos vacíos no son pocos ni son irrelevantes. Una mujer burguesa, Isabel (Nailea Norvind), está en el trance del divorcio cuando la hermana de una de sus empleadas, María (Antonia Olivares), desaparece, igual que muchas personas bajo el reinado del narco que empieza a imponerse en Morelos. Una tercera mujer, la comandante de policía Roberta (Aída Roa), está a cargo de la investigación, pero su prioridad es evitar que su propio hijo sea tragado por la seductora impunidad de los delincuentes.
No es que las mujeres sean las víctimas de un mundo de hombres violentos y despiadados; la película no incurre en esa bobería: también hay mujeres narcos, secuestradoras, policías corruptas y hasta jefazas de bandas. La directora López no se va por allí. El hecho de que sus tres protagonistas sean mujeres de distintas clases y con diferentes conflictos familiares solo le sirve para representar la capacidad infiltrativa del narcotráfico, el modo en que se mete hasta en los rincones más privados.
Manto de gemas es enormemente eficaz en la orquestación de un clima de miedo, una tensión que está presente en cada gesto y mirada, casi siempre que aparece algún ser humano. Esto es un tanto incoherente con el propósito contemplativo que parecen tener muchos momentos “muertos” y, sobre todo, con el esfuerzo por huir de la intriga, omitiendo o mutilando elementos que el propio avance estimula a conocer. El resultado es un armado a medias, en el que lo más sugerente está en lo que Natalia López parece querer evitar y que, aun así, muestra una brillante capacidad de inquietar.