Se plantea negar esta facultad al Presidente en una futura Carta. Lo mismo, declarar los crímenes de lesa humanidad como inamnistiables, posee alguna lógica moral como idea de conducta de Estado, aunque no la considero una medida sabia porque limita las posibilidades de alcanzar la paz en, v. gr., países profundamente afectados por guerras civiles arraigadas. Además, justicia implacable puede no ser justicia, como la reticencia ante el perdón a enfermos terminales. Por cierto, un indulto debe ser meditado con sumo cuidado, ya que son demasiadas sus implicancias morales.
El indulto por causas civiles o criminales más que nada tiene una causal humanitaria; a lo más podría ser reparación de circunstancias que la ley no puede prever. Sin embargo, este indulto o amnistía —según el caso— no es capaz de abolir la existencia de hechos delincuenciales. La criminalidad y la mafia son inextinguibles de la condición humana. Solo pueden ser aminoradas en densidad y presencia en países que logran mejorar su grado civilizatorio. Y no es poco.
Caso distinto es el de la violencia política. Desde el albor de la historia humana ha coexistido con un recurso, la paz. Como dice Hannah Arendt, Jesús dio un paso mayor al añadir el perdón como una providencia del reino de lo político. La historia humana es conflicto y paz; ignorar el primero es el pecado del beato; ignorar que la paz es más que un interinato es no entender la civilización.
Digo esto porque mientras existió un encendido debate sobre los indultos del Presidente, se suman las condenas a años de cárcel (imagino que para deleite de muchos y sádicos presos comunes) de no pocos “agentes del Estado”, carabineros en su gran mayoría. Solo dispongo de la información pública, es decir, de los medios.
Los miembros de la fuerza pública debieron efectuar un esfuerzo absolutamente extraordinario, frente a una rebelión colectiva (lo que moralmente no me impresiona) sin precedentes en nuestra historia, y mantener un frente sin recurrir a una respuesta letal como en Santa María (1907), Tiananmen (1989) o Irán (2022). El Estallido se caracterizó por una “primera línea” de estilo paramilitar, desparramada a lo largo de Chile, en casi todas sus ciudades, con una población quizás en su mayoría entusiasmada en diversos grados con la fiesta orgiástica. Ante ello adquirió sentido la encomiable acción de las fuerzas del orden, siempre a punto de ser sobrepasadas o efectivamente siéndolo, al borde del agotamiento, con desgaste de material y vehículos. Era una delgada línea entre la civilización y la barbarie.
Naturalmente, existen límites dentro de los cuales se debe actuar en el marco de un Estado de Derecho. Hubo un desgraciado error en el empleo de los balines, aunque, también en medio de la magna conmoción, era casi imposible que la fuerza pública se adaptara con rapidez. Otra cosa es que en una situación inesperada como esta, aparezcan en sus filas personalidades descontroladas o derechamente sicóticas que rápidamente deben ser apartadas de las filas. Pero, ¿una condena a varios años de cárcel?
El país ha despertado —una vez aplacado el Estallido— y algo pacificado en lo político, abrumado porque el futuro esplendor se parece al fuego fatuo. Es aquí donde, con claro sentido de justicia superior, puede existir un indulto, en el que se debe incluir al personal de Carabineros y de las Fuerzas Armadas, si ya se ha aplicado a quienes efectuaron la violencia indiscriminada en los días y meses del Estallido. Además, por si no lo sabían, las bombas Molotov queman vivo a quien es su víctima; y, por si tampoco lo sabían, una piedra puede ser más devastadora que una bala.