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Editorial
Domingo 05 de marzo de 2023
En contra de un relato oficial
"Una elección arbitraria por parte de la autoridad acerca de lo que se desea recordar es una forma de distorsión, que contribuye a crear una “verdad oficial” que está muy lejos del conocimiento histórico".
Esta semana se conoció un oficio firmado por la ministra de las Culturas, Julieta Brodsky, dirigido a todos los ministerios fijando “El Relato Oficial de la Conmemoración de los 50 años del Golpe de Estado”. Según se señala, ese texto tiene por función “enmarcar”, es decir, determinar los límites, y “orientar” el sentido de todas las actividades y proyectos que se desarrollen en el marco de la conmemoración.
Como bien ya han expresado distintos historiadores, no solo es lamentable la pretensión del Gobierno de fijar un discurso oficial sobre hechos históricos, sino que el relato del 11 de septiembre aparece como algo que ocurrió completamente desvinculado de lo que sucedía en el mundo y en el país. En efecto, evitando toda referencia al Gobierno de la Unidad Popular, se afirma en el documento que “la ruptura violenta de nuestra tradición democrática trajo consigo una ola de crímenes y crueldades, siguen existiendo deudas en materia de verdad, justicia, reparación y garantías de no repetición”.
Y es que una elección arbitraria por parte de la autoridad acerca de lo que se desea recordar es una forma de distorsión, que contribuye a crear una “verdad oficial” que está muy lejos del conocimiento histórico. Por el contrario, debe abrirse la discusión sobre la interpretación de los hechos, donde es natural que confluyan distintas visiones y perspectivas. Naturalmente existen aproximaciones más razonables y fundadas que otras, pero ello debe quedar abierto al libre debate y no ser objeto de una verdad oficial. Esto suele ser un paso previo para crear figuras restrictivas a la libertad de expresión, como la del “negacionismo”, que la izquierda, incluidas autoridades de gobierno, ha estado dispuesta a impulsar en distintas oportunidades recientes.
Evidentemente la memoria de las víctimas y la condena irrestricta a las violaciones a los derechos humanos debe jugar un aspecto central en la conmemoración —sobre ello nuestra sociedad ha ido avanzando en importantes consensos, incluyendo medidas de reparación—, pero ello no debe llevar a omitir una discusión sobre las circunstancias por las que atravesaba el país. Y es que, para muchos, lo significativo de esa fecha tiene también que ver con una acción que puso fin al caos social que asfixiaba al país, junto con la esperanza de restituirlo al bloque de las naciones occidentales, en lugar de continuar en una deriva hacia el campo del mundo comunista en plena Guerra Fría. Había en el gobierno de entonces una identificación con países como Cuba, la Unión Soviética o Alemania Oriental, que si bien podían diferir en los medios, no diferían del fin último a alcanzar, que no era otro que el establecimiento de un socialismo irreversible. Abundan las declaraciones de las propias autoridades y dirigentes políticos de la época en ese sentido, y así lo percibía también una mayoría de la población.