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Cartas
Domingo 05 de marzo de 2023
Indiferencia cruel
Señor Director:
Hace pocas semanas se han cumplido cinco años del inicio de la “misión Scicluna”, enviada por el Papa Francisco luego de su accidentada visita a Chile en 2018.
El plan para limpiar la Iglesia chilena tardó poco en frenarse, y uno de sus grandes “pendientes” fue enfrentar el abuso de poder y conciencia sobre miembros de congregaciones, movimientos, prelaturas personales y otras figuras jurídicas de grupos religiosos. Esta negligencia responde también a una férrea resistencia del gobierno central de la Iglesia. Las consecuencias de este abuso —poco comprendido, poco estudiado y silencioso— son devastadoras, muy similares a lo que se puede observar en personas capturadas mentalmente por sectas. Pero la particularidad del abuso en este contexto es el uso mañoso y hábil del nombre de Dios (en vano), bajo el disfraz de “radicalidad evangélica”. Son miles las personas que, tras confiar en estas agrupaciones, han sido gravemente dañadas y, a veces, sus vidas destruidas.
El Vaticano mira el espectáculo sin ningún sentido de urgencia; no hay estudios ni pronunciamientos institucionales, y se discute si es o no un concepto que debiera definirse. Mucho más remota es la discusión acerca de si debiera penalizarse.
Ante tanta demolición de humanidades, en una institución que Jesús fundó para dar “Vida” al ser humano, uno se pregunta cómo puede haber tanta indiferencia. Los líderes de dichos espacios abusivos y una parte de la jerarquía responderán inequívocamente que quienes ven y denuncian estos abusos son “personas desequilibradas” o “rencorosas”, y que “sus historias son casos puntuales”. Dirán que “esa no es la experiencia que se vive dentro”, invocando para ello los testimonios de personas actualmente manipuladas. Y aprovechan el vacío jurídico argumentando que el abuso de conciencia “no está definido” y que “es un tema muy complejo”.
He acompañado a decenas de personas que tras denunciar han vivido esta experiencia de descrédito y revictimización.
La triste conclusión, habiendo pasado cinco años, es que la dignidad de la persona humana está muy por debajo de la primacía institucional y sus intereses. ¡Qué lejos del Evangelio de Cristo! Y… ¡qué cerca de ideologías totalitarias! Habrá que concentrar los esfuerzos en advertir a las personas —a padres y jóvenes— acerca de estos lugares de tanto peligro para la integridad humana. Para la institución eclesiástica seguirá siendo un tema para “reflexionar”, sin ningún sentido de urgencia, normalizando un antievangelio en total contradicción con su fundador.
Eugenio de la Fuente