Caminamos con el Prócer por la playa del balneario que nos alberga. Ya se han ido los veraneantes tras la llegada del poco agraciado mes de marzo y flota en el ambiente un dejo de tristeza. Si bien el sol, la arena y el mar azul siguen siendo los mismos, se echa de menos la algarabía de una playa abarrotada de bañistas, niños construyendo castillos de arena y jugadores de paletas.

“Esto está desolado. Si hasta los vendedores de pan de huevo y palmeras se han ido. Lo único bueno es que también se han ido los cobradores de estacionamientos”, me dice. “Pero ahora podemos gozar la playa solo para nosotros”, le retruco.

Noto que mi argumento no lo convence, porque cambia bruscamente de tema: “Te has fijado que hay una maldición que afecta al trío de mujeres con nombres exóticos que empiezan con ‘i'?”. Ante mi desconcierto, se explica: “Mira, cuando empezó este gobierno se auguraba que las tres iban a ser reinas, su futuro político se veía floreciente. Y mira cómo están ahora: una defenestrada, la otra submarineada y la última ácidamente criticada por la compra de una clínica que a estas alturas debiera llamarse del serrucho feo. ¡Indudablemente es una maldición! Para evitarla, recomendaría a los padres elegir para sus hijas nombres con ‘i' más corrientes, como Isabel, Irene o Inés”.

En eso divisamos a un vendedor que extrañamente ha sobrevivido a la hégira de marzo, y nos abalanzamos a comprarle unos sabrosos panes de huevo.

R. Rigoter