La escuela es el lugar donde los niños dan los primeros pasos en el difícil y casi interminable aprendizaje del estar junto con los otros. En la escuela los estudiantes no solo se aplican a adquirir ciertos contenidos y habilidades, sino, la mayor parte del tiempo sin darse cuenta, ensayan el encuentro con aquello que más allá de la familia se extiende y que solemos llamar “sociedad”. Los primeros años de colegio incluyen, así, el período de engendramiento de lo sentimental.
Quizás el mayor descubrimiento de esa apertura a algo nuevo es la aparición de la amistad (y de la enemistad): los amigos y las amigas surgen pronto. La amistad sembrada en el colegio es como una levadura que se extiende después a los amigos de barrio, un lugar de libre complicidad. También en el colegio, ya de modo muy temprano, se asoman los primeros amores o, al menos, una atracción perturbadora que no se satisface con la amistad, aunque a menudo se confunde con ella.
En el despunte de la amistad y el amor, los tanteos iniciales ya se plantean con ese claroscuro que los acompañará siempre: en la escuela se nos comienza a enseñar también en el rechazo, la deslealtad, el humor cruel e, incluso, en el abuso y la violencia. Nunca es un laboratorio que prepare para algo que vendrá, sino que muchas veces de modo intenso ejecuta la lección y deja cicatrices que no se desvanecen después completamente.
La literatura ha dedicado bellas páginas a estos tanteos escolares: “El Tirachinas”, de Ernst Junger; “Narciso y Goldmundo”, de Herman Hesse; “Las tribulaciones del estudiante Torless”, de Robert Musil; “Una amiga estupenda”, de Elena Ferrante, se me vienen a la cabeza ahora aquí, pero hay tantas otras que me gustaría recomendar.
La escuela misma debe estar atenta a lo que acaece en esta fragua que se desliza entre las aulas y los patios, las clases y los recreos. Si bien sin vida escolar el alumno queda entregado a la a menudo asfixiante unilateralidad de los lazos familiares, tampoco es posible pensar el mundo del colegio como un idilio y las emociones como algo ajeno que no acaece allí con su doblez y misterio. También le compete.
El regreso a clases no solo, pues, representa un retorno a los estudios, sino que además, y acaso principalmente, un reencuentro con esos lazos que, para bien y para mal, se han ido tejiendo y continuarán desplegándose movedizos y permanentes a la vez. El conjunto de la enseñanza escolar debe tender a convertirse para los estudiantes en una experiencia de descubrimiento que se dé en la alegría, la belleza, la confianza y la amistad.