Señor Director:

Comenzamos marzo golpeados aún por un infernal incendio —cuyas causas supuestamente naturales desafían nuestro sentido común— y ya podemos ver que se cierne sobre el horizonte otro tema también potencialmente devastador: la conmemoración de los 50 años del golpe militar.

Sería maravilloso que el indispensable recuerdo se acompañara de una sana reflexión que nos permita avanzar despojándonos de toda odiosidad, pero lamentablemente veo que ya, por lado y lado, hay grupos trabajando diligentemente en desempolvar sórdidas historias que comprueben la superioridad moral de los propios versus la maldad intrínseca de los otros. Mi pregunta es: como sociedad, ¿habremos madurado lo suficiente como para que una avalancha comunicacional de ese tipo no genere una nueva explosión de odio fratricida que lleve a que todo se vuelva a quemar en “fortuita” sincronía?

Nadie pide que el dolor se olvide de un plumazo, yo misma miré con horror al Ejército hasta el día en que un general tuvo el coraje de decir “Nunca más”, pero si tras 50 años seguimos transformando el dolor en odio y venganza, nos hundimos como personas y como país. No hace mucho nos sentíamos como jaguares, pero ahora, paralizados por una ideologización y polarización extremas, agravadas por la erosión del tan necesario centro, terminamos más bien por encontrarnos entre los cuatro países con peor desempeño en el mundo.

Veo con temor el riesgo de que el Gobierno trate de desviar la atención a su baja popularidad y fallas de gestión por medio de la búsqueda de chivos expiatorios y épicos relatos de victimización. Espero que enfrentemos este año con una visión centrada que nos permita, al igual que Ulises, cerrar con decisión nuestros oídos a cantos de sirenas que persigan su propia agenda a expensas de la unidad y estabilidad del país.

María Alicia Ruiz-Tagle Orrego