Señor Director:

Acabamos de cerrar un año negro para nuestra economía. Tuvimos la mayor inflación en 30 años, la canasta básica aumentó en un 28% mientras caían los salarios reales, se estancó la creación de empleos y aumentó la desocupación, afectando especialmente a las mujeres.

El 2023 se avizora con una contracción de la economía y una caída en la inversión. Según el FMI, seremos el único país de América Latina que no crecerá, y según el Banco Mundial, la pobreza aumentará a dos dígitos.

Períodos complejos e inciertos como este requieren de mucho trabajo, consistencia y humildad. Por eso, llama la atención la carta del ministro Marcel en The Economist, donde señala que “bajo un gobierno de derecha” el déficit fiscal llegó a 8% del PIB, y que la consolidación fiscal de 2022 es obra de la actual administración. Por rigor intelectual y debida transparencia, resulta apropiado recordar un par de hechos omitidos, que distorsionan la realidad.

El resultado fiscal de 2021 se debió al esfuerzo para llegar con ayudas a las familias frente a la crisis sanitaria y social producida por la pandemia. Algunos parecen olvidarlo, pero dos millones de personas quedaron sin empleo y la desigualdad entre el primer y último decil de ingresos llegó a ser de 400 veces. El mayor gasto, entonces, fueron desde transferencias directas a las familias hasta un proceso de vacunación de clase mundial.

El superávit fiscal de 2022 se debe a tres grandes factores que no tienen que ver con el gobierno actual: un presupuesto heredado del gobierno anterior que contrajo el gasto en un 24% real; una operación renta inédita, gracias al crecimiento de 11,7% en 2021; y el alto precio del litio, que aumentó las rentas de propiedad en un 527%.

Habiendo dicho lo anterior, ahora la clave es actuar con rigor y coherencia, para superar los tiempos difíciles venideros.

Alejandro Weber
Decano Economía y Gobierno, U. San Sebastián