En “El Rey de la Comedia”, el clásico filme de Scorsese, un famoso comediante, Jerry Langford (Jerry Lewis), aconseja al extraviado aspirante Rupert Pupkin (Robert De Niro) cómo tener éxito en el rubro. En un taxi le dice: “Uno simplemente no llega a un programa de TV sin experiencia. Sé que es una siutiquería, pero es la verdad: tienes que partir de abajo”. La película es de 1982, pero el consejo no envejece. Existen pocas industrias más competitivas que la de los humoristas. El talento no basta para llegar a ser top.
La industria de la comedia mueve grandes sumas en el mundo. Para 2023, se estima que los ingresos por eventos en vivo de sus artistas superarán los 3 mil millones de dólares solo en los EE.UU., un crecimiento significativo incluso respecto de los años prepandemia. El género es, además, uno de los principales pilares de las plataformas de streaming, un negocio boyante que se acerca a tener utilidades por sobre los 100 mil millones de dólares en el mundo. Y es que han sido años duros, lo que aumenta la demanda por lo que M. Eastman describió como el instinto de tomarse el dolor a broma: el humor.
Por supuesto, es una industria que ha evolucionado. A partir de los 60, la masificación de la TV en los países ricos cambió el cómo hacer comedia. Las producciones en el sector se multiplicaron, mientras nuevos talk shows demandaban humor a diario. En Chile, la lenta adopción de tecnología retrasó ese proceso, pero igual llegó. De hecho, el éxito del “Jappening con Ja” a partir de 1978 y de algunos segmentos de “Sábados Gigantes” en los 80 responden al fenómeno.
En los 90, la transformación vino de nuevas comedias televisivas que aprovecharon la incipiente globalización de su demanda: la audiencia no sería más local, sino mundial. Esto cambiaría el mercado laboral de los comediantes top. Talento y esfuerzo serían ahora recompensados con millonarios contratos. Por ejemplo, en la novena temporada (1997) de su serie, Jerry Senfield recibió un millón de dólares por episodio. ¿Se imagina el apetito que la cifra debe haber generado sobre sus rivales?
Internet y redes sociales solo han profundizado ese proceso. Eso explica que en las grandes ligas de la comedia la competencia sea feroz. La rentabilidad del chiste perfecto nunca ha sido mayor.
¿Qué tiene todo esto que ver con Fabrizio Copano? Su actuación en Viña fue pulida, profesional y (relativamente) muy sofisticada (hasta Winnie-the-Pooh reaccionó). No hay duda de que es un comediante talentoso, pero esa no es su principal gracia. Copano podría haberse quedado cómodo en Chile, casi sin competencia en su generación. Pero no. Emigró a EE.UU., donde hacerse un nombre cuesta sangre, sudor y lágrimas; pero el éxito asegura gran retribución. Y partió, como recomendaba el Langford de Scorsese, desde abajo. Su rutina dejó claro que el esfuerzo está dando resultados, el hombre entrena para competir en otra liga. Por eso, su mayor gracia, la que merece la gaviota de toda una generación, es algo que a veces se extraña: su ambición.