Sería una guerra que concluiría en cosa de días; máximo un par de semanas. Cuando ya se ha cumplido un año de la invasión de Rusia a Ucrania, ese pronóstico no solo se demostró errado, sino que el mundo ha sido testigo de una guerra particularmente cruenta en cuanto a sufrimiento humanitario, con millones de refugiados y desplazados de sus hogares, y decenas de miles de bajas civiles. Una vergüenza en pleno siglo XXI.
Lejos de acercarnos a negociaciones de paz —que tendrían que partir con un cese al fuego inmediato—, hemos presenciado la profundización del conflicto bélico.
La resistencia militar ucraniana probó ser mucho más vigorosa de lo esperado, y el poderío bélico ruso, menor a lo anticipado. No habiendo podido ocupar Kiev, Rusia proclamó que el nuevo objetivo sería ocupar toda la región ucraniana del Donbás, luego anexada oficialmente; pero esto tampoco ha acontecido. De hecho, una contraofensiva ucraniana consiguió expulsar a las tropas rusas de la ciudad de Jersón en dicha región.
La pérdida de armamentos en combate ha llevado a Moscú a adquirir drones de Irán, municiones de Corea del Norte y tanques de Bielorrusia. Un rumor reciente sobre provisión de armas chinas a Rusia ha sido tajantemente desmentido por Beijing. Entretanto, EE.UU., Alemania y otros países han incrementado su apoyo militar con tanques. El Presidente Joe Biden, en una visita inédita a un país en guerra sin control aéreo, anunció en Kiev más misiles Javelin y Howitzer, sin acceder, sin embargo, a la petición del Presidente Volodimir Zelenski de armas de largo alcance y aviones de combate.
Moscú ha incrementado sus ataques con misiles contra la infraestructura civil de Ucrania, especialmente las plantas de energía, con el fin de degradar el apoyo ciudadano al gobierno de Zelenski, en el crudo invierno. Pero esta estrategia no ha funcionado, y por eso no sorprendió el despido en enero del general Sergei Surovikin, comandante a cargo de las operaciones de Ucrania, apenas tres meses de haber sido comisionado para la ofensiva militar. Para remediar las críticas, el Kremlin anunció que aumentará los beneficios previsionales a las tropas en terreno, y las compensaciones a las familias de fuerzas especiales o guardias fronterizos fallecidos en combate, incluyendo a las de las milicias prorrusas en Ucrania.
Como he sostenido, nada será igual después de Ucrania.
Rusia ya perdió la guerra, políticamente. Cualquiera sea el desenlace del conflicto, Ucrania será un vecino inamistoso de Moscú, pues la identidad ucraniana se ha fortalecido en oposición a Rusia. Más aún, Rusia quedará más insegura que antes porque la OTAN, cuestionada en su momento por Donald Trump e incluso por Emmanuel Macron, ha recobrado nuevos bríos; Suecia y Finlandia abandonaron una postura común de neutralidad, solicitando ingresar a la organización. La relación entre EE.UU. y la Unión Europea se ha mantenido relativamente sólida detrás de Ucrania, cuando muchos —especialmente en el Kremlin— apostaban a su división frente a la guerra. Y cuando llegue la paz, Ucrania estará mucho más cerca de Occidente que antes; y la desconfianza entre EE.UU. y la UE, por un lado, y Rusia, por el otro, perdurará. Por eso, Alemania, Polonia y otros miembros de la OTAN han decidido robustecer sus capacidades militares.
Un desarrollo preocupante es que Rusia suspenderá su participación en el tratado New START sobre armas nucleares estratégicas, el último acuerdo de control de armas aún vigente entre los dos países de mayores arsenales nucleares. Washington ya había denunciado a Moscú por el supuesto incumplimiento de este tratado que limita a cada parte a mantener no más de 1.550 ojivas nucleares y 700 bombarderos y misiles desplegados.
Muchos países han adoptado posiciones claras sobre la guerra, como es el caso de Chile. El Presidente Gabriel Boric levantó la voz en la Asamblea General de Naciones Unidas (ONU) para condenar esta guerra de agresión. No lo hizo meramente para tomar partido con el país agredido, sino —además de recordar el costo humanitario del conflicto— para resguardar principios clave para Chile como el respeto a la integridad territorial, la Carta de la ONU y el derecho internacional.
Se echa de menos la voz de países importantes de la región claramente y sin vacilaciones en contra de la invasión rusa, y en favor de principios fundamentales del derecho internacional. El déficit de liderazgo mundial por la paz nos enfrenta a una posible guerra de desgaste que cobrará todavía más vidas, costos materiales y tensiones más allá de las fronteras de Rusia y Ucrania.
Heraldo Muñoz fue canciller de Chile entre 2014 y 2018