Un alto porcentaje de los incendios que han asolado recientemente a regiones del país han sido intencionales. Se suma así un nuevo foco donde se desafía la capacidad del Estado para ejercer su autoridad y proteger a la población y el territorio. No se trata de fenómenos aislados; por algo la delincuencia y la seguridad son las principales preocupaciones para un 80% de la población, según la encuesta Cadem.
En columna de este diario, Richard von Appen denunció la incapacidad del Estado para controlar la delincuencia. No solo son los incendios, sino otros delitos, algunos asociados a ellos, donde el Estado parece impotente para imponer su legítimo derecho al uso de la fuerza y cumplir su mandato constitucional de garantizar la seguridad de las personas y la propiedad privada. También es el robo de madera, los homicidios en alza, el tráfico de drogas, el crimen organizado. Efectivamente hay un problema de seguridad y justicia, como acertadamente sostiene Von Appen, pero sería ingenuo considerar que todo ello se debe tan solo a la incapacidad de perseguir, procesar y condenar a delincuentes.
Quienes hemos tenido contacto con la realidad del mundo carcelario sabemos que el concepto de delincuencia que se ha manejado tradicionalmente se encuentra ampliamente desafiado por la realidad y por la literatura. Los estudios sobre delincuencia han demostrado que tradicionalmente las personas ingresaban al mundo del delito por razones vinculadas a la exclusión social, a la pobreza, a la baja escolaridad, a historias de abuso y abandono —especialmente en el caso de las mujeres—, a la marginalidad. Ese es el perfil del delincuente que ha poblado las cárceles hasta hace poco tiempo, haciendo de Chile uno de los países con mayor índice de prisionización en el mundo. Los estudios también demuestran, por las razones apuntadas arriba, la existencia de una transmisión intergeneracional de la delincuencia. Respecto de este tipo de delincuencia, para que la cárcel deje de ser un lugar que perpetúa o bien agudiza los niveles de exclusión, evidentemente es necesario enfocarse en la persecución, pero también en la prevención, reinserción y en los factores que apunten a evitar el desarrollo futuro de conductas infractoras.
Sin embargo, hoy existe la urgencia de considerar y estudiar un nuevo concepto de delincuencia que escapa al anterior. Se trata del fenómeno del crimen organizado, sobre el cual tanto los órganos de seguridad como la academia están en falta. Este opera con otras variables que están apareciendo dramáticamente en la crónica policial chilena, y que se sirve de la delincuencia habitual y de las personas privadas de libertad convirtiéndolas incluso en sus víctimas. Sus herramientas son la extorsión, el secuestro, los asesinatos violentos, las venganzas, el control de los barrios, la corrupción de los agentes estatales. Sus agentes aparecen incluso en labores de protección de la población en reemplazo de las policías, a cambio de silencio y apoyo. Operan en las mismas cárceles, desde donde articulan las redes para las acciones delictuales. Su lógica ya no es solo atentar contra la propiedad y la vida, sino tomar control del territorio y corromper al mismo Estado.
Es prioritario que el país, las autoridades y también la academia se enfoquen en el análisis transnacional de este nuevo concepto de delincuencia. El ejemplo de Ecuador, donde recientemente internos decapitaron a compañeros de prisión por pugnas territoriales o por no someterse a sus extorsiones, debe ser suficiente motivo de alerta e incentivo para profundizar en el análisis de este fenómeno, que ya no solo está en nuestras fronteras, sino que opera en el país.
Dos tipos de delincuencia; una que exige políticas de prevención y reinserción, y otra, vinculada a los movimientos terroristas, al narcotráfico y al uso extremo de la violencia. No debe confundirse a quien comete hurto o microtráfico con las mafias que montan lucrativos negocios para ejercer un poder corruptor de la sociedad. Ambas requieren diferenciarse, tanto conceptualmente como respecto de las políticas a seguir, de manera de enfrentarlas con eficiencia.
Ana María Stuven