¿Qué había sido de Barry Levinson? Este director fue una de las estrellas de fines de los 80 y mediados de los 90, con películas como La guerra de los vendedores, Buenos días, Vietnam, Rain Man, Avalon, Bugsy, Juguetes, Escándalo en la Casa Blanca y otras; tuvo una larga asociación con Robin Williams y su fama llevó a la prestigiosa editorial Faber & Faber a dedicarle un “Levinson on Levinson”. Después del éxito de Acoso sexual se fue de Los Angeles y mantuvo una relación más distante con la industria, con una producción más espaciada.
Y he aquí que hace dos años regresó con Peleando por mi vida, producción instalada hace un tiempo en las plataformas digitales, primero en HBO y ahora en Prime Video. Es la historia de Harry Haft (Ben Foster), un joven judío polaco que fue llevado al campo de concentración de Auschwitz-Birkenau en 1943. Su vida debía terminar allí, de no ser porque el joven oficial de las SS Schneider (Billy Magnussen) apreció la fuerza de sus puños y lo convirtió en su boxeador recorriendo los campos de exterminio de Polonia. Los derrotados solían ser asesinados después de los torneos. Haft se mantuvo luchando con la esperanza de encontrar con vida a su novia.
El relato alterna tres tiempos: los años de la guerra, en blanco y negro; 1949, cuando Harry trata de hacerse famoso con el boxeo para que su novia sepa que está vivo, y 1963, cuando ya se han despejado los misterios de su vida. Como buen guionista, Levinson sabe que estos tres momentos deben evolucionar en paralelo; cada uno tiene su propio desenlace. En el centro está un hecho ocurrido a fines de los 40: el periodista Emory Anderson (Peter Sasgaard) consiguió que Haft le contara su historia para difundirla en los diarios de Estados Unidos. Desde entonces fue conocido como “el peleador de Auschwitz”.
Pero la historia heroica del sobreviviente tiene demasiados lados sombríos. Para los judíos que vivieron el Holocausto, es un traidor, un esclavo o simplemente un hombre que se excedió en los deseos de salvarse. ¿Se puede sobrepasar tantos límites para salvar la vida propia, cuando la de tantos millones está siendo sacrificada? ¿Cuál es, al final, la moral de la supervivencia?
Levinson, también judío, escribió el guion sobre la base del libro publicado por Alan Scott Haft, el hijo de Harry Haft, que tiene un papel destacado en el relato. Este control completo le permitió incorporar con fuerza uno de los tropos característicos de su cine: la dificultad de sus protagonistas de comunicarse, de transmitir sus sentimientos más profundos en momentos de quebranto existencial. Cuando Harry Haft dice, en un momento de derrota y decepción, “no tengo palabras”, se sabe que estamos en una película de Barry Levinson. Y eso solía ser importante. Ya no lo es tanto.