Este mastodonte de Steven Spielberg es, evidentemente, una cinta autobiográfica. Su centro es el desarrollo de Sammy Fabelman (Mateo Zoryan / Gabriel LaBelle), en un arco que cubre desde su infancia, a comienzos de los años 50, hasta su ingreso al mundo laboral, a fines de los años 60. El relato comienza en el invierno de 1952, cuando sus padres llevan a Sammy por primera vez al cine, para ver El espectáculo más grande del mundo, de Cecil B. de Mille. Esa función inicia el romance del niño con el cine, el que pronto comienza a filmar con sus propias cámaras caseras.

Sammy es el único hijo hombre de Burt (Paul Dano), ingeniero, y Mitzi (Michelle Williams), pianista, una familia de judíos ortodoxos cuyo mejor amigo es Bennie (Seth Rogen), que trabaja bajo las órdenes de Burt, aunque no tiene su misma calificación. Al año siguiente, la familia se muda a Phoenix y todavía puede ver regularmente a Bennie. Y es filmando escenas familiares como Sammy descubre que entre su madre y Bennie hay mucho más que amistad. Ve sus gestos de afecto, sus abrazos, sus miradas, sus caminatas furtivas.

Más tarde, cuando Burt recibe una oferta para trasladarse al norte de California, a participar en el origen de los computadores, Bennie queda atrás y la familia se quiebra. Sammy se ha convertido en el confidente de su madre y al mismo tiempo vive con su padre y desarrolla su vocación por el cine.

Esta película puede ser vista de dos maneras: como un “retrato del artista adolescente”, el cineasta que reconstruye su propio aprendizaje, imitando películas, admirando películas y luego haciendo sus propias películas; o como una historia cuyo centro elusivo es la tragedia de amor que separa a los Fabelman. Por supuesto, es las dos cosas; pero el drama de su madre es más denso desde que Sammy lo descubre con su cámara: el cine adquiere allí otro filo, otro grado de riesgo y amenaza.

En la última escena, Sammy se reúne con John Ford (¡David Lynch!), que le repite su conocida lección sobre la ubicación del horizonte. La implicancia de este momento es ambigua, pero marca el momento en que el artista se reconoce maduro. Un poco pasadito de rosca, pero altamente didáctico.

Spielberg ha diseñado sus imágenes con un deliberado aire infantil. Sus personajes tienen una apariencia cercana a los dibujos animados y la dirección de arte ofrece cierta irrealidad, como pueden ser los recuerdos infantiles. Las referencias al cine son básicas, hasta simplonas, pero una vez embarcado en una aventura autobiográfica, es posible que Spielberg no haya tenido otra opción. En todo el resto, es una película valiente, trágica, incluso dolorosa. Desequilibrada y sensible, como muchas cintas de Spielberg.