Finalmente se inscribieron las candidaturas. Una mezcla de políticos jubilados con rostros desconocidos que lucharán por un cupo en el consejo. Si no hubiera existido la polémica oficialista habría sido simplemente un mero trámite de un caluroso día de febrero. Sin la tensión propia de una contienda electoral, sin los codazos propios de estas instancias, sin la adrenalina de última hora.
El Gobierno, en la figura del propio Presidente, encabezó hasta el final la puja por aglutinar en una lista al oficialismo. Y no lo logró. Una inútil derrota a Boric en dos sentidos: debilitó su autoridad presidencial y nuevamente se ve altamente involucrado en una elección en la que le puede ir mal. O muy mal.
Así las cosas, se ha iniciado un camino, que a diferencia de la mayoría de los procesos en los que se han escrito constituciones, no tiene efervescencia, no tiene entusiasmo, ni tiene cafeína.
Tal vez, afortunadamente.
Mal que mal estamos en un escenario inédito: solo en Kenya, Zimbabue y Liberia se perdieron plebiscitos de una nueva Constitución, y en ninguno de ellos se inició un nuevo proceso inmediatamente.
Nuevamente somos “únicos”. La peculiaridad del chileno. La anomalía. La singularidad.
El resultado, sin embargo, es evidentemente incierto. Más aún después de lo sucedido el 4-S. Pero puestos a escoger, los escenarios posibles sobre cómo terminará esto son tres:
1. Izquierda llama a votar rechazo contra “los poderosos”
Es posible que la elección de mayo sea especialmente dura para la izquierda. La carga de la “lista del indulto”, sumada a la baja aprobación presidencial y, en especial, la carga de haber estado por el Apruebo en el proceso anterior pueden ser tres mochilas que pesen demasiado. Se puede transformar así en una elección inversa a la que le tocó a la derecha en la elección anterior de convencionales, donde el ser oficialistas —y en especial haber estado con el Rechazo— fueron cargas que la llevaron a su mínima expresión.
Si ello ocurre, un amplio sector de la izquierda se negará a entregar el sueño constitucional así no más. Se dirá entonces que el proceso está viciado, que es una democracia tutelada, que no está el pueblo y muchas cosas más. Y se iniciará desde ahí la batalla para derrotar a los “poderosos” que quieren imponer nuevamente una Constitución para ellos.
2. Populistas llaman a votar rechazo contra “los políticos”
Es posible que exista un consejo moderado, en el que prime la voluntad de entendimiento, donde los octogenarios consejeros estén abiertos al diálogo y a los acuerdos. Es posible así que se entregue una Constitución “mínima” que, a diferencia del proyecto anterior, no sea un programa de gobierno, sino que simplemente un marco. Ese escenario, de cara al plebiscito de salida, puede enfrentarse al relato de que son “los políticos de siempre” que están perpetuándose. Ahí estará el Partido de la Gente y republicanos. Tal vez un pie del Partido Comunista. Extraños compañeros de cama que llamarán a votar contra “los políticos”. Un discurso atractivo en un mundo en que la política goza de mala reputación.
3. Se repite el aburrido y olvidado plebiscito de 1989
La tercera opción es que se repita el olvidado plebiscito de las reformas constitucionales de 1989, donde las únicas fuerzas que llamaron a votar rechazo fueron el Partido del Sur, un emprendimiento de un empresario radial de Temuco, y el Partido Socialista Chileno, un enjambre creado por la CNI.
Todo el resto llamó a votar a favor. Todos con los brazos caídos. La izquierda porque consideraba que los cambios propuestos eran insuficientes, y la derecha porque veía el posible desmoronamiento del gran “legado” de la dictadura.
El resultado fue abrumador. Todos ganaron y nadie celebró realmente. Ese es, sin duda, el mejor escenario que puede ocurrir con este proceso.
Una nueva Constitución, descafeinada, que corrija la actual y la limpie del pecado original, le daría estabilidad a Chile y lo alejaría —al menos por un tiempo— de lo que el escritor Carlos Granés ha llamado el “delirio americano” (muy bien representado en el proyecto anterior). Porque como decía un viejo político francés, una buena Constitución no hace feliz a un pueblo, pero una mala lo puede hacer muy infeliz.
La gran carta que juega a favor de esta opción será el contraste con el circo anterior. Y, por cierto, que el resultado sea tragable. A este escenario hay que apostar: una Constitución “única, nuestra y aburrida”.
Pero los riesgos enunciados son altos. Demasiado altos.
Tal vez, valga la pena repartir desde ya un volante que diga aquello que decía Montesquieu: “Feliz el pueblo cuya historia se lee con aburrimiento”