La presidenta del Partido Socialista, Paulina Vodanovic, ha insistido en que las recientes decisiones electorales de su tienda no obedecen a un viraje ideológico. La realidad parece ser la contraria.
A partir de la instalación de la Convención Constitucional, el país ha conocido a una nueva camada de dirigentes socialistas. Jóvenes altamente influenciados por la cultura asambleísta de las universidades, que han ganado influjo en las generaciones mayores. Una vez electos para la labor constituyente, formaron un “Colectivo” análogo al de los patios universitarios. A bordo de esta entelequia, anunciaron que se desligaban del puñado de representantes de la socialdemocracia.
Esta decisión fue presentada, astutamente, como una necesidad imperiosa, dada la configuración electoral de la Convención. Se trataba de un “órgano especialísimo”, según acuñó la directiva de Álvaro Elizalde. Sin embargo, por debajo de este viraje táctico habitaba una insondable nostalgia sesentera. Durante los primeros meses de “La Constituyente” los socialistas compitieron palmo a palmo por los aplausos frenéticos del plenario. Sus retóricas difícilmente podían distinguirse de la Lista del Pueblo o de los discursos más vociferantes del bloque contrahegemónico. En boca de los socialistas, reaparecieron las planificaciones globales, la teología de la liberación y el resentimiento. En plena fiebre lingüística, llegaron a referirse a su grupo como “La Colectiva socialista”.
Se esmeraron, día y noche, en ganar vicepresidencias y coordinaciones, incluyendo la de la comisión de sistema político. Sin embargo, al momento de redactar el texto constitucional, quedaron aislados. Las izquierdas identitarias les reclamaron coherencia respecto de lo vociferado el semestre anterior. Los funaron de forma inaceptable y con ello los victimizaron ante la opinión pública. Su alianza de conducción con el frenteamplismo naufragó antes de zarpar. Sus propios senadores les dieron la espalda. Por si fuera poco: quedaron moralmente tachados tras protagonizar un famoso piscinazo en Concepción que se esforzaron en desmentir desde noviembre de 2021 en adelante.
Tras el apabullante resultado del plebiscito de septiembre de 2022, Vodanovic se esmeró en justificar, suavizar y calibrar el rol de su partido en el fracaso constitucional. Los convencionales que habían girado a la izquierda fueron premiados por el gobierno de Gabriel Boric. El coordinador de la fracasada comisión de sistema político se reinventó como factótum en el Ministerio de Interior. Asimismo, otros cuatro integrantes del Colectivo fueron rápidamente ubicados en apetecidos puestos del Ejecutivo. El caso más estrepitoso de esto es la nominación de un encargado para la conmemoración de los cincuenta años del golpe de Estado. Su foco: el martirologio de la figura de Allende, cuestión que apunta no solo a culpabilizar a las derechas, sino también a señalar un retorno hacia las “raíces” del socialismo chileno.
Este horizonte se alimenta, intelectualmente, de una añoranza del “almeydismo”. Durante los ochenta, el liderazgo intelectual de Clodomiro Almeyda fue adversario de los “renovados”. Frente a la modernización capitalista que vivió el país, ese grupo funcionó como reducto de resistencia ideológica. Hoy, precisamente, somos testigos de una desrenovación socialista. Un regreso al colectivismo, a la esperanza adolescente y a las teologías redentoras. Cabe preguntarse si Allende, Almeyda y sus mártires los acompañarían en este viaje de regreso.
Renato Garin González