El comienzo de la era de Mauricio Pellegrino en la U solo tenía que responder a una interrogante: ¿Qué tipo de juego es el que quiere proponer?
Parece poco, pero no lo es.
En las últimas temporadas, salvo quizás el caso del momento en que Universidad de Chile fue dirigida por Hernán Caputto, lo que se ha extrañado es el principio, la idea que los entrenadores que han pasado han querido imponer. La mayoría de ellos, más bien, se han regido por supuestos históricos que impondrían por sí mismo una forma de jugar, lo que derivó, en gran parte de los casos, en apuestas fallidas y en resultados nada favorables.
Es cierto que Universidad de Chile en el plano nacional tiene un sello. Es un equipo de los llamados “grandes”, que tiene la responsabilidad permanente de pelear y sumar títulos y responder así a la popularidad que ha generado con los años.
Pero eso no implica —o no debería implicar— una manera única de jugar. Impone, tan solo, una especie de obligatoriedad de quien dirige el equipo de encontrar la mejor manera de hacerlo. Aunque eso sea contrario a la supuesta “tradición” futbolística de la U.
Pellegrino parece que aún no ha entendido eso. O algo lo ha hecho cambiar. Porque pese a que su historia como entrenador estaba avalada por un dogma que puede ser discutible, pero que es identificable —sus equipos se han construido casi siempre fortaleciendo primero el sector defensivo—, en su comienzo como DT de Universidad de Chile ha modificado esa perspectiva y se ha dedicado primero a tratar de darle a su equipo una cara ofensiva más que establecer bases sólidas que le entreguen un respaldo equilibrado.
La puesta en escena de tres atacantes es un signo evidente de esta cuestionable perspectiva.
La modalidad de los aleros y el atacante central (que hace rato está en retirada en el fútbol mundial, al menos de la forma como aún se propone en Chile) tiene cierta consistencia si se dan varias condiciones: una buena conexión de los punteros con los laterales, una generación de juego variada en el mediocampo y, por cierto, la presencia de especialistas en ganar la raya de fondo y centrar.
¿Tiene todo eso la U? Más bien: ¿está acaso estructurado su plantel para jugar de esa forma?
Una revisión rápida apunta a una respuesta negativa. Los laterales no han sido consistentes apoyos en la fase ofensiva (a Juan Pablo Gómez le cuesta la marca y no se atreve a pasar mucho), el mediocampo no tiene por ahora un distribuidor efectivo (Federico Mateos ha sido intermitente y a Lucas Assadi nuevamente lo están abriendo) y la poca comodidad de Leandro Fernández y Cristián Palacios para actuar como eventuales punteros es, sin duda, evidente.
Claro, la U quiere jugar de una forma festiva y con aires de protagonista como le impone la historia.
Pero a veces, para recomponerse de tantos años de angustia, es mejor ir de chico a grande. Modificar la táctica. Hacerlo todo más sencillo, más práctico. Menos grandilocuente.
No es humillarse.
Es tener un mejor plan.