¿Has oído hablar de Andrew Tate? ¿El influencer británico, que era kickboxer, que ganó fama en un reality y que está preso en Rumania por trata de personas?
Los medios angloparlantes llevan un mes hablando del caso y de cómo, más allá de los graves delitos que se le imputan (a él y a su hermano, y que ambos niegan), está teniendo un impacto en la actitud de los niños respecto de las niñas. Sí, en los niños.
Los profesores lo notaron tímidamente cuando empezaron a escuchar que los niños usaban frases para tratar despectivamente a las niñas —“hazme un sándwich” es una de las favoritas para denostar su opinión y su presencia— o las trataban incluso con cierta violencia. No solo pasa entre los más chicos, también y con fuerza entre adolescentes. Cuentan los relatos que ahora aparece en los medios que padres y profesores se demoraron en caer en cuenta.
Es que a primera vista, la influencia de Tate tenía que ver con fomentar el deporte y mostrarse como un millonario “hecho a sí mismo” —“¿De qué color es tu Bugatti?”, es una de sus frases para hablar de un cierto status—; algo que podría cuestionarse como “valor”, pero que no parece demasiado dañino. Excepto que también era conocido por sus mensajes virales sobre el dominio masculino y, por ende, la sumisión femenina, además de defender abiertamente la violencia contra las mujeres. Había sido vetado de las principales plataformas de redes sociales hasta que Elon Musk compró Twitter y restableció su cuenta. Una madre confesó a la BBC que temía que su hijo se hubiese radicalizado online con el discurso de Tate.
Todo, mientras en la política y en la sociedad hacemos valiosos esfuerzos por abrir espacios para que más mujeres estén en sectores históricamente dominados por hombres o por hacer que el lenguaje sea inclusivo y respetuoso.
El diablo está en los detalles, dice el refrán. Y en los pequeños comportamientos, deberíamos agregar. El machismo, sexismo, misoginia, como queramos llamarle, es una forma de radicalidad que es más tolerada que otras, por diversas razones, entre ellas culturales o porque muchas veces no se nota, hasta que nos hacemos conscientes de esas “microactitudes”. Pero deberíamos tratarla como tal, si queremos sociedades más diversas, más justas y más prósperas. Y no se trata de censuras (a Tate lo bloquearon y encontró otras redes), sino que de más información, de más denuncias y de más escuchar.
Carolina Álvarez Peñafiel