La última oportunidad en que escribí estas líneas fue hace poco más de un año. En la publicación de diciembre de 2021, expresé que, a pesar de los deseos de la humanidad de tener certeza sobre el futuro, la incertidumbre sobre el devenir es una constante.
El 2022 lo ha corroborado. El evento más dramático a nivel mundial, fuera de todos los cálculos, fue la intempestiva invasión rusa a Ucrania, hecho que Putin negó casi hasta el momento en que sus tropas cruzaban la frontera. Pero el Presidente ruso tampoco anticipó la férrea oposición que encontraría ni la prolongada guerra que aún enfrenta.
La inflación, que ya se había empinado a niveles no vistos en décadas, se multiplicó aún más no solo por efecto de la guerra, sino por la incapacidad de las autoridades de prever las consecuencias de sus propias políticas. Los principales bancos centrales pasaron, en pocos meses, de complacientes a decididos para intentar controlar el proceso. El aumento de sus tasas de referencia, del orden de 500 puntos para la Fed, ha sido de los más acelerados que se conocen.
Europa recibió un baño de realismo respecto de lo complejo que resulta prescindir de los hidrocarburos como fuente de energía. Se hizo patente que solo los había desplazado de fuentes propias o de sus aliados a las de un potencial enemigo.
El Presidente Xi, como se esperaba, logró reelegirse por segunda vez. Su poder se acerca al que tuvo Mao. Sin embargo, China debió abandonar su estrategia de “Zero-Covid”, por la resistencia que provocó en la población, hecho inédito en un régimen totalitario.
Que lo inesperado sea una constante no significa que no intentemos imaginar el futuro para enfrentarlo mejor. Mas no debemos confiar en demasía en modelos complejos que aparentemente generan predicciones muy exactas.
Es preferible intentar definir los aspectos básicos que determinan las reacciones de las personas ante eventos futuros. Sobre esa base, es útil plantear escenarios alternativos de lo que podría suceder.
Desde esa óptica, la capacidad de innovación y la creatividad de la sociedad es el elemento principal que asegura el progreso. Esa perspectiva nos permite ser optimistas del bienestar futuro de la humanidad. De forma creciente en las últimas décadas, los intercambios de ideas, conocimientos y procesos han aumentado exponencialmente. Como resultado, se inventan nuevas formas para vivir mejor que la mayoría de las veces no las predice nadie.
EE.UU. pasó a ser el principal productor de hidrocarburos, y eliminó su dependencia en este rubro gracias a la aparición de una nueva tecnología, el “Shale Oil” o “Shale gas”.
En estos doce meses la vorágine creativa se ha mantenido a buen ritmo. Quizás alguno de estos múltiples avances nos cambie la vida. Por ejemplo, se logró generar energía neta en base a la fusión nuclear, aunque todavía está lejos de ser algo que tenga implicancias prácticas. Por otra parte, con inteligencia artificial se creó el popular ChatGPT, el bot, que puede desarrollarse rápido y exponencialmente y que facilita la tarea de buscar información y ordenarla para generar un documento escrito. Con el tiempo, exponer argumentos será más fácil y accesible para todos y eso solo puede ayudar a enriquecer el debate y a generar nuevas ideas. Todavía es embrionaria, pero tiene todas las características de algo que mejorará velozmente.
La perspectiva también es útil para predecir el devenir de problemas más inmediatos. Es posible esperar que, dada la solvencia de empresas e instituciones financieras, el control de la inflación debiera poder concretarse en los próximos semestres sin generar un episodio recesivo extremo. Incluso sigue siendo posible que no se viva una recesión global.
A su vez, la casi segura recesión de Europa este invierno fue atenuada no solo por un clima más amable, sino también por una visión menos ideológica y más práctica que logró sustituir los hidrocarburos rusos. Si esa actitud se mantiene, es posible ser optimista en que el esfuerzo por reemplazar la energía derivada del carbón, petróleo y gas, tomará una senda más realista, sin condenar a gran parte de la población a permanecer en la pobreza. Esto siempre que los líderes no se dejen impresionar por la visión apocalíptica de Al Gore o el llamado a la economía de guerra de John Kerry, durante la reciente reunión en Davos.
La economía china es hoy muy distinta a la de Mao. Independientemente de los deseos de sus líderes de controlar férreamente lo que floreció en estas décadas de libertad y emprendimiento, la salida del “Zero-Covid” hace prever una recuperación sólida en los próximos meses. El malestar de la población frente a esa medida permite también pronosticar que una vuelta al estatismo no será tan acelerada, por lo que en los próximos años China será un aporte muy relevante al progreso mundial.
Desgraciadamente, así como hay tendencias que nos permiten ser optimistas en el mediano plazo, hay señales de peligro. Solo quisiera mencionar una de ellas: una fuerte corriente ideológica que desconfía del proceso de creación de bienestar y que prefiere mirar a la sociedad como un campo de batalla en que unos deben quitarles a otros. Combate a las empresas y pretende utilizarlas como el principal instrumento para extraer riqueza e imponer sus objetivos.
Esta visión olvida que toda invención exitosa, o nueva forma de producción, genera mucho más bienestar para toda la sociedad que el que obtienen sus empleados o inversionistas. En los años 50 se extiende el uso de algo tan simple como la lavadora de ropa. El beneficio, para millones que lavaban a mano, supera con creces lo que recibieron los accionistas y trabajadores de las empresas que las produjeron.
Hace algunos años se generalizó el uso de mapas en tiempo real para circular en el tráfico. El beneficio de menores costos logísticos y menor tiempo de circulación para los ciudadanos, también es inconmensurablemente mayor que lo que recibieron sus creadores. Es incomprensible considerar a las empresas como un botín e impedir que las grandes mayorías reciban enormes beneficios.
Chile en estos doce meses también vivió sucesos que eran impredecibles. El Presidente Gabriel Boric se jugó completamente por una Constitución que la gran mayoría rechazó. A pesar de lo que a veces expresa, su visión ideológica equivocada se perfila con nitidez en sus actos.
Su tolerancia frente a los antisociales es grande. Es un auténtico representante de los que ven a la sociedad —y la economía— como un juego de sacar a unos para entregar a otros. De pasada, con ello logra concentrar más poder en sus manos. Quién sabe si no es ese su principal objetivo. Solo así se entendería su obsesión por eliminar los fondos de pensión privados, que si hay algo que han hecho bien es resguardar los ahorros de la gente.
De igual modo, en vez de abocarse a facilitar que las empresas produzcan más, impide su desarrollo y busca extraerles más recursos, que estas habrían destinado a la inversión y el empleo. El emblemático proyecto de Reforma Tributaria es precisamente eso.
Luego de perder masivamente un plebiscito cuya aprobación defendió con todo el poder del Estado, ha embarcado al país en un nuevo ejercicio. Muchos piensan que esto lo hace para buscar un nuevo consenso, pero debe tomarse en cuenta que miembros de la coalición gobernante ya han expresado que si no los satisface el resultado, lo verán como una etapa transitoria.
Todas estas tendencias nos hacen mirar con pesimismo el mediano plazo. Pero Chile en muchos aspectos ha generado a lo largo de los años instituciones públicas y privadas que aún son sólidas, por lo que a pesar del nuevo rumbo que se quiere dar al país, es probable que ellas permitan sortear mejor el corto plazo. Pero si queremos que el país salga del relativo estancamiento que lleva por años y retome la senda del progreso que la población añora, es preciso no amilanarse ante quienes con prepotencia impulsan al país por el camino equivocado. Quizás las consecuencias no serán inmediatas, pero con seguridad su impacto negativo afectará tarde o temprano a la población.