Todd Field no es cineasta económico, ni mucho menos prolífico. Sus largometrajes superan las dos horas; y son solo tres en 30 años de trayectoria: En el dormitorio (2002), Secretos íntimos (2006) y, ahora, Tár. Su formación incluye títulos en actuación y en música. Es un cineasta inteligente, culto, refinado, ultraconsciente de su tarea como director y guionista.
Sin esas condiciones, es imposible abordar un proyecto como Tár. Su protagonista es la directora de orquesta (ficticia) Lydia Tár (Cate Blanchett, en un desempeño deslumbrante), considerada “una de las figuras de la música clásica más importantes de nuestro tiempo”. Tár, formada al alero de Leonard Bernstein, ha pasado por todas las filarmónicas importantes y ahora, en la cumbre de su carrera, dirige la de Berlín. Ha grabado ocho de las nueve sinfonías de Mahler y se espera con expectación que aborde la más compleja, la Quinta.
Tár, que se declara “lesbiana activa”, vive con una violinista, con quien cría a una hija pequeña, y está siempre rodeada de mujeres jóvenes, una de las cuales es su asistente y predilecta. A pesar de su dominio del mundo en que se mueve, Tár se empieza a enfrentar a cosas nuevas: primero, un alumno que se autodefine “de color y pangénero” y que por esa razón rechaza a Bach, al que le propina una paliza intelectual. Luego, los rumores, bien fundados, de favoritismo por algunas músicas. Y luego, su propia debilidad por figuras jóvenes, como la chelista rusa Olga (Sophie Kauer), que la fascina hasta el punto de desplazar a otros miembros de su equipo. Entre tanto, crece la versión de que ha destruido implacablemente a una estudiante con la que tuvo un amorío.
Tár es una mujer inteligente y sensible, consciente de los peligros que la van rodeando, lo que se expresa en sus inquietudes nocturnas, los misteriosos sonidos que la despiertan. El relato sigue la línea de esos temores: su curva narrativa es la de la caída de Tár, de la cima a la desgracia, con uno de los finales más escalofriantes del cine reciente.
Es una película ambivalente y compleja: se hace cargo de las nuevas dificultades del artista en un ambiente extremo de escrutinio y susceptibilidad, y también de sus debilidades incontenibles. Las cosas que le ocurren —entre otras, ser acusada como abusadora— no están en el guion de la posmodernidad. En esto, es una película a contracorriente.
La conversación con que se inicia, en la que Tár responde al especialista de The New Yorker Adam Gopnik, es una extensa reflexión sobre el arte (¿acaso no hablan también del cine?) en cuyas entrelíneas se divisan los desafíos colosales de la brillante Tár. Es una escena atrevida, tanto por su longitud como por su evolución, pero es una gran introducción a las ambiciones de la película, que son nada menos que enormes, monumentales. Una cinta indispensable.