La Biblioteca de Babel, de Borges, abarcaba todos los libros, porque incluía todas las combinaciones posibles de las letras. Incluía “leguas de insensatas cacofonías, de fárragos verbales y de incoherencias”, así como todo lo que se ha escrito y lo que se podría escribir, cada uno con centenares de miles de variaciones. “Todo: la historia minuciosa del porvenir, las autobiografías de los arcángeles, el catálogo fiel de la Biblioteca, miles y miles de catálogos falsos, la demostración de la falacia de esos catálogos, la demostración de la falacia del catálogo verdadero, el evangelio gnóstico de Basilides, el comentario de ese evangelio, el comentario del comentario de ese evangelio, la relación verídica de tu muerte, la versión de cada libro a todas las lenguas (…)”.
Cada uno de esos libros podría ahora ser escrito por ChatGPT, la herramienta que genera texto autónomamente a partir de una instrucción. Es capaz de hacer resúmenes, textos promocionales, ensayos, tesis y hasta poemas, en la extensión y el tono que uno le pida, y gratis. Sus resultados son sorprendentes: no escribe como Borges, pero lo hace parecido al estudiante promedio de una universidad selectiva en nuestro país. Además, como aprende a medida que procesa más texto, sus resultados irán mejorando.
Desde que ChatGPT apareció en noviembre, se ha especulado que el ensayo universitario ha muerto, que quedarán cesantes millones de trabajadores educados, que será un instrumento poderoso para el lobby o que, incluso, como tiene memoria, podría reemplazar la terapia sicológica. La mezcla de fascinación y temor ante la nueva tecnología no es algo novedoso. La invención de la imprenta introdujo el temor a que la proliferación de libros inferiores nos devolviera a la barbarie, los trabajadores textiles ingleses del siglo XIX quemaron las máquinas para evitar ser reemplazados y cuando se inventó el teléfono, el New York Times decretó el fin de la vida privada. Algunos de estos temores resultaron más fundados que otros. Pero hay algo en ChatGPT que me parece más espeluznante: que un algoritmo entrenado para producir secuencias de palabras pueda reflexionar, discutir y hasta chapurrear poesía, me hace dudar sobre el significado del pensamiento, de la creatividad, del punto de vista —es decir, de parte importante de aquello de lo que se trata ser humano.
¿Podrá ChatGPT en algún punto convertirse en un buen conversador? ¿Será capaz de escribir un texto que se convierta luego en sagrado? ¿Podrá algún día producir una crítica política que derroque un gobierno? Son todas ideas descabelladas, como también, quizás, alguna vez lo fue pensar que una máquina venciera a Kasparov. Cierto, en el ajedrez las combinaciones son numerosísimas, pero finitas. Pero recordemos también que en la Biblioteca de Babel, que jugaba a la combinatoria, ya estaban escritos todos los textos posibles, todos, incluido el relato verídico de tu muerte.