"¡Conviértanse, porque el reino de los cielos está cerca!" (Mt 4,17) Con estas palabras Jesús inicia su misión en Galilea y con casi las mismas los discípulos lo anunciarán en su primera experiencia misionera (Mateo 10,7). Algunos pueden interpretar que la conversión es una condición previa para entrar en el "reino de los Cielos": si me hago bueno, si cambio, puedo entonces aspirar a entrar en este reino o "selecto club". ¡Eso sería una caricatura de la conversión cristiana! Porque este cambio o transformación que experimenta el bautizado es verdaderamente una transfiguración: sin dejar de ser uno mismo, Cristo triunfa en mí.
Seguir a Cristo no es estar "cerca de Él" o "hacerle compañía", no. Seguirlo es definitivamente desprenderse de "las redes" (Mateo 4,20) en la playa de Galilea y dejar "la barca y a su padre" (Mateo 4,20) sin vuelta atrás. Los mismos protagonistas nos dirían: seguir a Cristo, es estar dispuesto a tomar ambiciosas y sacrificadas decisiones con tal de poseerlo e imitar su vida.
¿Puedo tomar este tipo de decisiones, si Jesús es solo "una gran opción", una "inmejorable propuesta", una "invitación"? Si el cristianismo es una alternativa más del mercado de las religiones, una "excelente proposición de vida", una "fórmula de vida" plena, un camino más... es desproporcionado lo que hicieron los apóstoles. ¿Por qué lo hicieron? ¿Para ellos era una opción más?
En estos tiempos donde se hace un especial énfasis en la libertad y la ausencia de coacción en la vida personal -también en la vida religiosa-, se comprende que pastores y sacerdotes estemos también en la misma sintonía, pero sin relativizar el mensaje y la persona de Cristo. Si predicamos del cristianismo como una propuesta más -podemos agregarle adjetivos: una bella propuesta, maravillosa opción, un alegre camino, etc.- no tiene sentido vivirla con la convicción de los apóstoles. Además, cuando absolutizas una "alternativa" te transformas en un fanático. ¿Eso eran estos impulsivos pescadores de Cafarnaúm?
El Papa Benedicto XVI, con su gran testimonio y enseñanza nos confirmó que los cristianos no somos fanáticos porque hemos recibido la verdad. Y esta verdad, no es un texto o conjunto de sentencias, es una persona: Cristo. Cristo es el único mediador, es la verdad y el camino, hecho hombre.
Me decía un feligrés: Padre, ¡tanto que hablan del Reino!, el reino para allá, el reino para acá... ¿es un momento histórico?, ¿son unas condiciones morales ideales de una sociedad?... "¿Qué significa esta expresión? Ciertamente, no indica un reino terreno, delimitado en el espacio y en el tiempo; anuncia que Dios es quien reina, que Dios es el Señor, y que su señorío está presente, es actual, se está realizando" (Benedicto XVI, 27-01-2018).
El "reino" para un cristiano es Cristo, Él mismo lo dice: "Si yo expulso los demonios por el Espíritu de Dios, es que el Reino de Dios ha llegado a vosotros" (Mateo 12,28).
Elegir lo bueno, elegirlo a Él es la libertad que nos hace feliz a todos los bautizados. Seguir al Señor -la conversión- es exigente y los apóstoles dejan todo en esa ribera del lago de Galilea, ¿por qué?: "Espero gozar de la dicha del Señor en el país de la vida. Espera en el Señor, sé valiente, ten ánimo, espera en el Señor" (Salmo 26,13-14).
Vale la pena que Cristo triunfe en mi vida: "Por él perdí todas las cosas, y las considero como basura con tal de ganar a Cristo" (Filipenses 3,8). Que Cristo triunfe en mis afectos, en mis proyectos, en mi libertad, porque no se pueden comparar esas redes, anzuelos, barcas, velas, de Galilea con la alegría del amor de Dios. Ahora se comprende y explica muy bien la respuesta de Pedro, Andrés, Santiago, Juan... y la tuya: "El Señor es mi luz y mi salvación" (Salmo 26,1).
"Desde entonces comenzó Jesús a predicar diciendo: Conviértanse, porque está cerca el reino de los cielos... recorría toda Galilea enseñando en sus sinagogas, proclamando el evangelio del reino y curando toda enfermedad y toda dolencia en el pueblo".Mt 4, 17;23