Como ocurre con alguna frecuencia, esta pequeña perla —ganadora en San Sebastián y candidata oficial de Colombia al Oscar— se encuentra desde hace una semana sumida en el maremágnum de las plataformas audiovisuales.
Es un relato en torno a cinco niños marginales, que malviven en las calles del Medellín de hoy. Uno de ellos, Rá (Carlos Andrés Castañeda), recibe una carta del Estado que le anuncia la restitución de un terreno que fue de su abuela, usurpado en el período de los desplazamientos forzosos durante la guerra entre las guerrillas, los paramilitares y el ejército colombiano. Las restituciones han sido parte del “plan de víctimas” contenido en los acuerdos de paz del 2016.
Rá y sus cuatro amigos, emborrachados con la ilusión de que por fin “se acabó el menosprecio” y ahora tendrán un lugar propio para vivir como una familia, parten sin más a la localidad de Nechí, junto al río Cauca, en Antioquia. Es un viaje de más de 300 kilómetros, pero ni la distancia ni el peligro significan mucho para la alegría de estos desposeídos. Ahora que por fin tienen algo, son “los reyes del mundo”.
La narración se organiza naturalmente en tres segmentos: la introducción en Medellín, el viaje —que ocupa la mayor parte del metraje— y el hallazgo de la tierra usurpada en Nechí. El trayecto es áspero, está lleno de sorpresas y parece seguro que no llegarán los cinco hasta el final. Son niños duros, que practican juegos violentos y se mueven siempre en el filo de la delincuencia; y son también niños discriminados, a los que muchos prefieren no ver ni menos atender.
Los acuerdos de paz muestran sus límites en esta pequeña epopeya. La violencia rural no ha cesado. Hay zonas “calientes” en las que es preferible no internarse. Muchos desplazados no han vuelto. En los campos prosigue la disputa por las casas y las tierras abandonadas. Rá y sus amigos no marchan hacia el final de un arcoíris, sino hacia otro espacio oscuro, indeterminado, anticipado por numerosos planos donde se enfrentan a una niebla blanca y cerrada, algo que puede ser el cielo, pero también el vacío.
Los reyes del mundo es una película asombrosa y amarga. Mucho de lo que les ocurre a los niños hermana a la magia con la tragedia, pero sus cartas están siempre marcadas: en ellos la infancia se perdió para siempre. Herida, asaltada, usurpada. Son las víctimas de muchos años de violencia.