Señor Director:

Frente a la aparente hegemonía reciente de lo que se ha denominado como “ideología progre” o “woke”, que ha hecho de la funa y la cancelación uno de sus principales mecanismos de acción, muchos de quienes se denominan “conservadores” han optado por responder con la misma moneda. Así, han erigido como “líderes” a quienes, con la misma estridencia de sus adversarios, confunden convicción con intransigencia y valentía con agresividad.

Desprecian el diálogo (al que siempre califican como rendición) y, paradójicamente, buscan imponer a quienes piensan distinto la misma funa/cancelación que tanto critican (el ejemplo más reciente, el exabrupto del diputado De la Carrera contra el diputado Schalper). Ojo por ojo, diente por diente.

Este es un camino equivocado y peligroso. Equivocado, pues supone una incoherencia radical con los principios que la tradición conservadora representa, como el respeto a la dignidad de toda persona. Y peligroso, pues más allá de triunfos electorales de corto plazo, dicha estrategia arriesga estrepitosas derrotas culturales, la deslegitimación social de las propias posiciones y graves daños institucionales (basta ver lo ocurrido en Estados Unidos y Brasil con los partidarios de Trump o Bolsonaro).

Lamentablemente, mientras las ideas conservadoras viven un muy interesante resurgimiento intelectual (casos como el del IES en Chile), ellas en general siguen huérfanas de una expresión política a la altura de sus enunciados. Un liderazgo político que permita persuadir a quienes hoy no comparten dichas ideas, y que no se limite a inflamar a los ya convencidos. Cuestión grave, pues la “disputa cultural”, la que realmente debe importar al mundo conservador, no se puede afrontar sin líderes políticos a la altura de las circunstancias.

Ignacio Naudon Dell'Oro