Un decreto recientemente firmado por Ron DeSantis, gobernador de Florida, establece que, a la hora de invertir, los fondos de pensiones estatales no deberán tener en consideración dimensiones ambientales, sociales o de gobierno corporativo —los llamados principios ESG—. De acuerdo con el gobernador republicano, las inversiones “verdes” y “sociales” van en desmedro de la rentabilidad de los pensionados.
Naturalmente, esta decisión ha causado revuelo. La preocupación por diferentes dimensiones de la sostenibilidad ha aumentado, y se espera que los inversionistas y las empresas contribuyan a esa agenda. Como ejemplo, se pone la reacción de inversionistas que retiraron sus fondos de Rusia apenas producida la invasión a Ucrania, argumentando la imposibilidad de invertir en un país donde estos principios eran violentados. Para muchos, este es el camino a seguir. ¿Será tan así?
El interés por cautelar los principios de ESG tiene tres vertientes. Una primera escuela de pensamiento —que podríamos denominar rentabilidad de largo plazo— dice que la preocupación ESG es meramente utilitarista: los inversionistas buscan retornos altos sostenibles, por lo que cautelar estos principios es adecuado en la medida que ayuden a ese objetivo, mas no reflejan una preocupación genuina por la sostenibilidad.
Una segunda escuela establece que estos objetivos fluyen de motivaciones personales o institucionales, por lo que la búsqueda de principios ESG dice más relación con la tranquilidad de conciencia que con la persecución de un efecto concreto. Por último, existen inversionistas con una convicción moral y práctica sobre el asunto, y a quienes les importa el resultado. Para ellos, el punto no es solo levantar banderas, sino generar cambios.
Las diferentes motivaciones llevan a estrategias distintas. Los que buscan rentabilidad o tranquilidad de conciencia privilegian la llamada estrategia de desinvertir o escapar, desvinculándose del problema sin importar mucho las consecuencias. En contraste, cuando el objetivo es generar un cambio, la estrategia dominante es sacar la voz y modificar incentivos, comprometiéndose con el cambio desde adentro.
Este es el denominado debate Exit vs. Voice. El portazo saca aplausos en el corto plazo, pero su impacto final sobre la sostenibilidad puede ser nulo. Por eso, más que una actitud valiente, la reacción de apuntar con el dedo y desentenderse puede reflejar una motivación menos comprometida con el cambio. Por el contrario, el involucramiento de los inversionistas puede ser un mecanismo más efectivo para lograr objetivos de sostenibilidad, aunque signifique pasar por un ingrato cuestionamiento.