El desastre de Viña del Mar no tiene que ver con el viento o con que las casas hayan sido de materiales ligeros, sino con que la ciudad no estuvo preparada para prevenir y combatir un incendio cuando sus barrios son de materiales ligeros y sopla el viento. Que en su origen, hace 30 años, esos barrios fueron asentamientos improvisados, con el tiempo formalizándose hasta urbanizarse por completo, pero sin alterar su precario trazado original ni tomar las acciones necesarias para evitar la propagación de un incendio proveniente de zonas agrestes –cada vez más frecuentes– o, en el peor de los casos, para asegurar su contención. Tiene que ver con que no se haya previsto que Bomberos necesita acceso expedito hasta el último rincón de la ciudad (lo que implica un cierto reordenamiento urbanístico); que debe asegurarse reservas de agua para apagar el fuego; que debe impedirse el asentamiento de la población en el borde de quebradas, las que además deben estar siempre libres de pasto, basura y escombros combustibles. Que debe haber protocolos de alerta temprana y movilización de recursos, y que estos deben ser suficientes, disponibles al instante frente a emergencias.
Chile aprende de sus catástrofes. Cada golpe significa comprender los riesgos del territorio para perfeccionarse. Los terremotos de Chillán y Valdivia dieron origen a normas constructivas tan eficaces, que ya para el cataclismo de 2010 pudimos enorgullecernos de ser uno de los países mejor construidos del mundo. Del mismo 2010 aprendimos a proveer infraestructura para lidiar con tsunamis en bordes costeros. Similar cosa con los aluviones de Antofagasta en 1991 y de Macul en 1993: supimos levantar obras de mitigación e impedir asentamientos en zonas de riesgo. En Valparaíso, buena parte de la ciudad es de madera, de modo que los incendios son parte de su memoria. Tras el terremoto e incendio de 1906, el municipio construyó una enorme cisterna para uso de bomberos mediante una entonces novedosa red de grifos, estructura que sirvió hasta 1985 y aún existe, en ruinas, en la puntilla del cerro Cárcel. Luego del catastrófico incendio porteño de 2014, que recordamos hoy por su semejanza con el viñamarino, se efectuaron obras de mejoramiento vial, incluidas contenciones, redes de agua, espacio público y la racionalización de los predios damnificados. En un escenario ideal, el Estado tendría además, junto con las operaciones de urbanización, la capacidad de gestionar el suelo afectado y proveer en él vivienda colectiva de calidad, convirtiendo así aquellas inmensas áreas que se han desarrollado de un modo informal e invisible a lo largo de décadas en zonas formales e integradas sin distinciones a la ciudad.