Me he propuesto hablar otra vez de educación. Los hechos y datos recientes son conocidos por todos. ¿Qué de nuevo comentar sobre ellos? En la educación chilena no parece ocurrir nada nuevo, sino que estamos fatalmente destinados a la repetición y profundización de lo mismo. Una de las dimensiones que más preocupan según las estimaciones de estos días es la de las consecuencias sociales de la educación, ya que el sistema chileno tiende a reforzar las desigualdades socioeconómicas iniciales y, todavía más, parece estar acrecentando la segregación social, la exclusión y la falta de cohesión y colaboración entre los distintos segmentos sociales.
Los infantes en Chile, desde que se suprimió la desnutrición, nacen iguales, pero muy rápidamente, a medida que crecen, van perdiendo la igualdad inicial y ya cuando ingresan a la escuela existe una brecha social y cultural que corresponde literalmente a la brecha existente entre las familias a las cuales pertenecen. Cuando el joven egresa del sistema educacional, al revés de lo que podría y se quisiera esperar, resulta que esas brechas no han disminuido, sino que se han reforzado. Es decir, ya a los seis años o antes la suerte está echada. Lo que así espanta es que la educación no esté cumpliendo su función social, cual es disminuir el abismo cultural que la desigualdad económica instala, aumentando equitativamente el bienestar y la cultura de quien la recibe, y su movilidad social.
Todavía más, la separación entre educación pública y privada es tal que da paso a la segregación social, un grado más hondo que la desigualdad porque impone barreras entre las personas y grupos basadas únicamente en su procedencia social y cultural. En una sociedad en la cual la segregación social es muy alta se generan disvalores como soberbia, injusticia, malos tratos, desprecio, falta de solidaridad.
Es posible que en la sociedad chilena, históricamente, hubiese siempre existido esta tendencia a la segregación y sea un espejismo atribuirle la responsabilidad de la misma al sistema educativo actual, pero es posible que haya sido una ilusión utópica pensar que solo modificando el sistema de financiamiento de este se iba a conducir a la disminución de aquella. Faltan buenos instrumentos de evaluación al inicio y término de la educación escolar. La prueba de ingreso a la educación superior no debería ser la misma que mide los resultados finales del proceso de enseñanza. Pero con los conocimientos que existen es patente, más que nunca, la necesidad de reforzar decididamente el sistema de educación preescolar, porque este actúa sobre la etapa en que se produce la brecha infame (época en que la plasticidad cognitiva es mayor), esa que después se torna inamovible.