En Inwood, en el norte de Manhattan, un grupo de amigos de bar observan, con desazón, que han muerto ocho jóvenes del barrio que marcharon a la guerra de Vietnam. Es 1967, que la historia marcaría como el año decisivo de esa guerra. Los desconcierta, también, lo que muestra la televisión: imágenes demasiado crudas, violencia excesiva, abusos de sus propias tropas. Y por fin, les molesta que muchos jóvenes, especialmente los universitarios, estén protestando en contra de la guerra: les parece que es una forma de desconocer el heroísmo de sus vecinos caídos.
En ese grupo, el más inútil es Chickie Donohue (Zac Efron), que no tiene empleo, vive con sus padres, está endeudado, se dedica a beber por las noches y se levanta al mediodía. También es el de menos luces. Y por eso, cuando se discute sobre los amigos que están en el frente, lo único que se le ocurre a Dickie es ir a apoyarlos llevándoles unas cervezas.
El plan es cretino por donde se lo mire, pero, tras embarcarse en un carguero, Chickie consigue llegar a Saigón con un gran bolso cargado de latas de cerveza. La idea es ubicar a unos cinco conocidos, aunque a Chickie no se le ha ocurrido que todos pueden estar en distintas localidades de Vietnam. Increíblemente, encuentra a uno en una base de avanzada, lo que lo alienta para seguir.
En Saigón lo pilla la ofensiva del Tet, el masivo ataque por sorpresa del Vietcong que golpeó a todas las bases norteamericanas mientras se celebraba el Año Nuevo chino, punto de inflexión en la guerra. Toda esta peripecia sacude a Chickie en el sentido inverso del que esperaba: cada vez le es más claro que la guerra es absurda, inútil y sangrienta.
Peter Farrelly dirige engañosamente lo que se presenta como una comedia, con un protagonista absurdo y un plan absurdo, que de pronto se transforma en un drama testimonial, un discurso en serio contra la guerra, sin humor alguno. Peter Farrelly se separó de su hermano Bobby, con quien filmaron algunas de las comedias más desquiciadas de los 90 —Una pareja de idiotas, Loco por Mary, Irene, yo… y mi otro yo—, para pasarse al melodrama de valores cívicos en el 2018, con Green Book, que le dio tres Oscar.
Operación Cerveza pudo ser un retorno a los orígenes, pero en vez de eso ha preferido agregarse al pensamiento político correcto, al melodrama bienpensante y a los valores más conservadores del Hollywood de hoy. Una pérdida por todos lados: el cine perdió a un cineasta cómico, de los que hay pocos, y no ganó a uno dramático. Y por último, ¿qué hace aquí un Russell Crowe con sobrepeso, interpretando al corresponsal de la revista Look de la manera más sobreactuada?