El 2022 comenzó de una manera muy distinta a como termina. De eso, pocas dudas caben. Un joven Gabriel Boric recién electo y una nueva Constitución que empezaba a tomar forma eran los dos ingredientes principales de un plato que se anunciaba, pero que finalmente se malogró.
El año se iniciaba con un país en el que pocos advertían que la dirección del viento estaba cambiando, pese a que a solo dos años del estallido un candidato a la derecha de la derecha había ganado en primera vuelta, y en el que la elección parlamentaria mostró a los viejos conocidos de los 30 años con un claro segundo aire.
El año comenzaba con una evidente fe de erratas: donde salía “dignidad” ahora salía “seguridad”, y donde antes decía “desigualdad” ahora debía decir “crecimiento”.
Por cierto, nada de eso se advertía en Catedral 1150, donde la pulsión refundacional de la Convención no bajaba el volumen, y donde faltaba todavía jolgorio y juerga.
El 2022 comenzaba de una manera muy distinta a como termina.
Marzo se apareció con un nuevo gobierno vitoreado por la multitud en la Alameda, pero al que rápidamente lo pilló el viento en contra. Una ministra del Interior que (utilizando una expresión por ella usada) “se pegó en la cabeza” y decidió partir al Wallmapu, donde fue recibida a balazos…
Lo que vino después es suficientemente conocido. Probablemente nunca había existido un “ministre” del Interior menos capacitado para el cargo.
Antes que terminara marzo, muchos “digos” habían sido sustituidos por “diegos”.
Los retiros ahora eran perjudiciales, el estado de excepción necesario. Ni hablar de la refundación de Carabineros. Y el libreto seguiría cambiando a pedido de un público que era cada vez más irreconocible para los actores.
En meses siguientes, la popularidad del Gobierno y de la nueva Constitución cayeron de la mano, pero en Catedral 1150 no se recibían las señales: mientras un convencional votaba en la ducha, Atria, Bassa y Loncon seguían inventando un nuevo país.
El 4 de julio se entregó el proyecto constitucional. Recién en esos días algunos pisparon que la cosa andaba mal. Que se habían pasado muchos pueblos. Que el entusiasmo había sido demasiado. Se buscó revertir desenfundando corbatas y cantando dos veces el himno nacional, para darle republicanismo a una ceremonia marcada por la inasistencia de los expresidentes (el “en esta ocasión no participaré” de Eduardo Frei lo resume todo)
El Apruebo se intentó desplegar marcando casas y terminaría con la performance de la bandera en Valparaíso. Pero lo más impactante de esos meses fue que la centroizquierda comenzó a dividirse. Después de 40 años, viejos compañeros de ruta tomaban caminos distintos y donde el expresidente Lagos subía y subía gente a los botes.
Es que la nueva Constitución ya mostraba que no solo no uniría a los chilenos, sino que además dividiría a la centroizquierda.
Hasta que llegó el hecho del año.
O tal vez el de la década.
Un 8,8 llamado Rechazo que terminó por sepultar las ambiciones revolucionarias y refundacionales de un gobierno que empezó a bailar obligadamente un ritmo que no le gusta y para el cual no había ensayado.
Así, el Gobierno termina sin popularidad y sin delinear su razón de ser. En manos de la vieja Concertación —Tohá, Marcel y Uriarte—, que lo ha salvado del naufragio y que ha mostrado cuán falsa es la frase de que el realismo puede ser sin renuncia.
Este año pudo estar terminando con un Chile plurinacional, con un Senado con fecha de vencimiento y con muchas otras cosas más. Ese escenario habría significado cerrar el año con un gobierno que, lejos de la moderación obligada, estaría conduciendo a velocidad crucero.
Pero las cosas son como son y no siempre como a uno le gustarían.
No hay duda: el 2022 comenzaba de una manera muy distinta a como termina.
¿Qué viene para 2023?
“Las palabras del próximo año esperan otra voz”, como dijo alguna vez T.S. Elliot. Y esa otra voz significará que el próximo año en esta fecha estaremos terminando con el resultado de la segunda y última oportunidad de una nueva Constitución.
Y es probable que así como la palabra de 2019 fue “dignidad”, la de 2020 y 2021 fue “pandemia”, la de 2022 fue “moderación”, la de 2023 sea “esperanza”.
Aunque, hay que reconocerlo, ello puede ser un viejo lugar común de estas fechas. Mal que mal ya lo sabía Eurípides: lo esperado no sucede, es lo inesperado lo que acontece.